miércoles, 16 de diciembre de 2015

Adviento, tiempo de esperanza


    Esta es una reflexión que he hecho sobre el adviento. Espero que os ayude a vivir este tiempo de espera, con la ilusión de que Dios viene a salvarnos.
    Se me insiste en este adviento en no perder la esperanza. Una esperanza que no se basa en la mera teoría o palabrería, sino en la misma acción de Dios. Se me hace recordar en cómo Dios ha actuado a lo largo de mi vida. ¿Cómo dudar de ello? ¿Cómo dudar de algo que he vivido en primera persona? Es algo tan evidente que lo he vivido que no lo puedo negar, pues sería como negar mi propia existencia. Como dijo Descartes “pienso luego existo” yo podría decir “tengo experiencias luego existo”. Desde esta experiencia de la acción de Dios en mi vida, es como en muchos momentos de mi vida he podido decir como el salmista “el Señor ha estado grande con nosotros”. Ahora me doy cuenta de que no tengo porque dudar de que el Señor obra. Y Él siempre que obra lo hace por amor. Con Él es con quien mejor se entiende aquello de “obras son amores y no buenas razones”. En la perícopa de Lucas (Lc 7,19-23) se insiste precisamente en esto. La respuesta del Señor siempre es la acción, siempre actúa en favor de la salvación del hombre. Hoy una vez más, Jesucristo se encarga de recordarme que el adviento es ese tiempo propicio para echar una mirada a su acción en mi vida y esperar a que lleve a plenitud su obra de salvación en mi. La realidad, a veces dura y difícil que puede evitar esta visión, no puede ser más fuerte que la esperanza. Hoy más que nunca ha de resonar en mi corazón aquella afirmación <<la esperanza es lo último que se pierde>>. Son muchas cosas las que pueden debilitar esta esperanza, pero ante esas dudas hoy el Señor recuerda y dice “mira tu vida, mira tu pasado, mira todo lo que ha ocurrido en tu vida y observa todo lo que he hecho por ti”. ¿Cómo puedo dudar de esto? De ninguna de las maneras. Dios en su infinito amor me prueba que no se olvida de mi. Que Él seguirá actuando, aunque a veces me cueste verlo o ser consciente de ello. Me sigue pidiendo confianza, de que mi vida, con Él, sea la que sea, siempre será mejor. Él es paz, Él es amor, Él es alegría. Él promete que si estoy con Él, si espero en Él, mi vida gozará de aquello que más anhela, la paz y la serenidad que hacen feliz al hombre. Hoy le pido a Dios que haga posible esto en mi vida. Que me dé la gracia para esperar en él, que esta Navidad sea un verdadero encuentro con Él. El encuentro que dé el verdadero sentido a mi vida y a mi existir.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

El Don de Piedad

EL DON DE PIEDAD

El don de Piedad muchas veces está mal entendido. Quizá porque solemos usar este término en muchas situaciones diferentes, lo que ha desvirtuado el verdadero sentido y significado de la Piedad. Hoy se puede entender este don como el tener compasión por alguien “ten piedad de él y déjale marchar”. Tener piedad no es otra cosa sino ser conscientes de que pertenecemos a Dios, y que esta pertenencia es la que da verdadero sentido a nuestra vida. Saber que pertenecemos a Dios es lo que nos hace mantenernos unidos a Él, incluso en los momentos más difíciles que podamos pasar por nuestra vida. Evidentemente, si concebimos esta pertenencia como una obligación, no tendría sentido, porque estaríamos afirmando que Dios nos ha hecho sus esclavos para que pertenezcamos a Él y no tengamos ninguna otra opción. Pero esta afirmación, hablaría de un Dios mezquino e injusto, el cual no es el que nosotros profesamos en el Credo, un Dios de amor que vino a liberarnos de la esclavitud del pecado. Es desde este amor que Dios derramó en nosotros, desde el que nos ha de brotar la gratitud y la alabanza a nuestro Dios; y esto no es otra cosa sino los frutos del don de la piedad. Por lo tanto, el don de la piedad no es el pietismo. No es ir por la calle “meando agua bendita”; no es ir con los ojos cerrados, ni, como decía el Papa Francisco en una de las audiencias de los miércoles, “ir con cara de estampita”. Sino es “ser capaz de gozar con quien está alegre, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, de corregir a quien está en un error, de consolar a quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está necesitado” (Papa Francisco). Vivir el don de piedad es hacer vida en nuestras vidas aquello que nos dijo el Señor: “estuve enfermo, preso, hambriento, sediento, desnudo, y me socorriste. Cuando a uno de mis pequeños hermanos lo hiciste, a mí me lo hiciste”. (Cf. Mt25,35-40)
El Espíritu Santo mediante el don de la piedad es el que nos hace ver a Dios como Padre y al hombre como nuestro hermano. Todos somos hijos, que por el don de piedad, exclamamos “Abba Padre”. En el fondo el don de piedad es el que nos hace confesar un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre (Ef 4,5-6). Esto se traduce, como vivir mi vida como cristiano, hijo de Dios, hermano en Cristo de todas las demás personas.
El don de piedad es el que nos empuja a vivir la confianza filial. Es el que nos empuja a confiar plenamente en Dios nuestro padre “como el más fuerte del mundo, de los niños”, con el que estamos seguros, pues Él conoce cuanto necesitamos en cada momento. Saber que él lo sabe y lo cubrirá, pero tener confianza en ello y saber esperar, pues los tiempos y las maneras de Dios, no tienen por qué coincidir con los tiempos y las maneras del hombre. Vivir como verdaderos hijos de Dios, nos hace vivir como hermanos, en amor y servicio a los demás. Como hacían las primeras comunidades cristianas, poniendo todos los bienes en común. Y no tenemos que entender bienes, como cosas materiales, que sí podemos también, sino todo aquello que yo poseo y que puedo poner en servicio y en amor por el que tengo al lado.
Todo lo contrario a vivir con el don de la piedad, es el egoísmo. Es la dureza de corazón. Es el hacernos impasibles ante las necesidades y ante el sufrimiento humano que puede haber a nuestro alrededor. Es cerrar los ojos a la realidad y vivir sin importarme lo que ocurre a mi lado. Es vivir centrado únicamente en lo mío y nada más.
¿Qué podemos hacer para recibir y vivir en nuestro día a día este Don?
1.      Venerar al Creador. Seguir el ejemplo que nos dejó San Francisco de Asís, de contemplar la grandeza de la Creación y reconocerla como don de Dios para mi realización como persona y como cristiano.
2.      Ser conscientes, en palabras de San Pablo que “todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios” (1Co3,23).

3.      Vivir el mandamiento que nos dejó Cristo: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Maximiliano García Folgueiras

martes, 15 de septiembre de 2015

Exaltación de la Cruz

La exaltación de la Santa Cruz

Hoy día 14 de septiembre, la Iglesia celebra una fiesta importante, la Exaltación de la Santa Cruz, que no es otra cosa, sino celebrar el hallazgo de la Cruz donde Cristo murió por nosotros. Puede resultar curioso que una cruz se exalte. Que un instrumento de tortura y de muerte se exalte. Acaso los cristianos ¿estamos locos? No. Los cristianos no exaltamos la cruz como signo de tortura y de muerte, sino de paz, de amor, de vida, de salvación. Esto es lo que celebra la Iglesia y lo que hoy nos anima a seguir viviendo.
En esta fiesta, siguiendo la propia liturgia del día, nos invita a fijarnos en el pueblo que anda extenuado. ¿Cuántos a nuestro alrededor andan sin fuerzas? ¿Cuántos a nuestro alrededor están tan cansados de luchar que quieren tirar la toalla? Y ante esta realidad tan dura, ¿Cuál es nuestra respuesta? Hoy se nos invita a ponernos de lado de los que están padeciendo la cruz, de animarles y de motivarles a seguir con entereza la dureza de su camino. Caminando con ellos, siendo hoy, los nuevos cireneos que ayudan a llevar las pesadas cruces a los demás. En definitiva, en esta festividad, a lo primero que se nos invita es a que seamos sensibles ante las necesidades de los demás.
También vemos, que ese pueblo extenuado se queja contra el Señor. Es normal, cualquiera de nosotros también lo hacemos. Nos van las cosas mal y podemos pensar que Dios se ha olvidado de nosotros, o que ya no le importamos. Pero nada más lejos de la realidad. No obstante, ese mismo pueblo que ya no podía más, se fija en que entre ellos, hay uno que puede tener respuesta y solución a sus debilidades. Dios siempre pone medios para que podamos retomar las esperanzas. Ese pueblo se fijó en Moisés. Hoy cabría la pregunta de ¿Cuántos Moisés tenemos hoy a nuestro lado? ¿Cuántas personas nos alientan, nos animan, nos ayudan, etc? Hoy es un día especial para fijarnos en que Dios no abandona a sus hijos. Siempre está dispuesto a atenderlo, aunque a veces, su manera de responder a nuestras debilidades, sufrimientos o necesidades, no sean las que nosotros estábamos esperando. Pero Dios, en cada momento, nos da lo que más necesitamos para salir victoriosos ante las dificultades.
Otra cosa impresionante que podemos resaltar de este día es la impresionante humildad de Dios. El ejemplo más claro de que la grandeza no está en los alardes de poderío, que al hombre tanto le gusta. Dios, siendo Dios no hizo alarde de su categoría y se despojó de su rango. ¿No es impresionante? ¿Cuántos hoy pueden decir esto de sí mismos? Hoy en la sociedad gusta mucho eso de publicar los méritos de uno, sus logros, sus victorias, etc. Dios hoy nos hace una pregunta ¿De qué sirve todo esto? Para vanagloriarnos por unos momentos, por un tiempo, pero después, nos haremos mayores, pasarán esos momentos gloriosos y nadie, o muy pocos, se acordarán de nosotros. Sin embargo, Dios, siendo Dios, pasó por el mundo como uno de tantos, actuó como un hombre más, dando ejemplo, de que la categoría de uno hay que ponerla al servicio de los demás. Dios, en el servicio de la Salvación del hombre, entregó a su Hijo en una cruz, como los ladrones, maleantes, etc. Ahí es donde Dios entregó a su Hijo. Y lejos de ser una burla y un escarnio, fue la mayor obra de servicio para la humanidad, pues de ahí surgió la Salvación y la Vida Eterna.
¡Cuánto tenemos que aprender de esta festividad! Ojalá nuestra vida sea un abajamiento de nuestra vanidad, para dar gloria, honor y majestad al único que lo merece, Cristo, nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Maximiliano García Folgueiras

Ser fermento cristiano en la sociedad

Ser fermento cristiano en la Sociedad

El Papa Francisco el pasado 26 de marzo nos dijo: “Los fieles laicos están llamados a ser fermento de vida cristiana en la sociedad”. Ante esta afirmación deberíamos caer en la cuenta de que los cristianos estamos llamados a Evangelizar y dar testimonio de Cristo. Esto es deber de todos los bautizados, ser fermento, motivo para que los demás vean en nosotros a Jesús, e inducir a los demás a seguirle también. Debemos ser conscientes que nuestra labor es ser levadura en la masa, ejemplo y testimonio en la sociedad, y no guardarnos nuestra fe para nosotros. Estamos llamados a buscar ocasiones para anunciar a Cristo y a trasmitir la fe.
Los primeros cristianos fueron muy conscientes de su misión de evangelizar con sus actividades, siguiente así el mandato misionero de Jesús: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). Así, el Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra.
En la sociedad actual, cada uno de nosotros estamos llamados a compartir la alegría del Evangelio, de saber que Dios está presente en cada uno de nosotros. La finalidad es que los demás encuentren a Dios en nuestro corazón, siendo ejemplo de Jesús con nuestras acciones. Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los que nos rodean.
Pero nuestro ejemplo como laicos debe hacerse de una manera sencilla y humilde dentro de la Iglesia, sin vivir de manera protagonista con nuestros actos. La labor del laico es cumplir con el compromiso adquirido en el Bautismo y la Confirmación, pero sin excederse en sus funciones. Hay que tener en cuenta que la función del laico es diferente a la del clero, aunque también desempañe labores dentro de la Iglesia. Su misión se debe dar especialmente en otros ámbitos en los que él está inmerso, sobre todo la familia, el trabajo y, en definitiva, todas las relaciones en las que se ve envuelto en su cotidianidad.
Para terminar, quiero hacer referencia al del Concilio Vaticano II, de la Constitución "Lumen Gentium 31 y Gaudium et spes 43" lo siguiente:
"A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios."
"El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico.  Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la propia vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de nuestra época.”
Como resumen a lo dicho me parece oportuno citar a ChL33: “Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.
Leemos en un texto límpido y denso de significado del Concilio Vaticano II: «Como partícipes del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey, los laicos tienen su parte activa en la vida y en la acción de la Iglesia (...). Alimentados por la activa participación en la vida litúrgica de la propia comunidad, participan con diligencia en las obras apostólicas de la misma; conducen a la Iglesia a los hombres que quizás viven alejados de Ella; cooperan con empeño en comunicar la palabra de Dios, especialmente mediante la enseñanza del catecismo; poniendo a disposición su competencia, hacen más eficaz la cura de almas y también la administración de los bienes de la Iglesia».
Es en la evangelización donde se concentra y se despliega la entera misión de la Iglesia, cuyo caminar en la historia avanza movido por la gracia y el mandato de Jesucristo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15); «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). «Evangelizar —ha escrito Pablo VI— es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda».
Por la evangelización la Iglesia es construida y plasmada como comunidad de fe; más precisamente, como comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana. En efecto, la «buena nueva» tiende a suscitar en el corazón y en la vida del hombre la conversión y la adhesión personal a Jesucristo Salvador y Señor; dispone al Bautismo y a la Eucaristía y se consolida en el propósito y en la realización de la nueva vida según el Espíritu.
En verdad, el imperativo de Jesús: «Id y predicad el Evangelio» mantiene siempre vivo su valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer. Sin embargo, la actual situación, no sólo del mundo, sino también de tantas partes de la Iglesia, exige absolutamente que la palabra de Cristo reciba una obediencia más rápida y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona; ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9, 16).”

Maximiliano García Folgueiras

jueves, 10 de septiembre de 2015

Mis Reflexiones: Noa nosotros Señor, sino a tu nombre sea dada la ...

Mis Reflexiones:
Noa nosotros Señor, sino a tu nombre sea dada la ...
: No a nosotros Señor, sino a tu nombre sea dada la gloria “Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los de...

No a nosotros la gloria


No a nosotros Señor, sino a tu nombre sea dada la gloria

“Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la gracia de Dios. El que toma la palabra, que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo” (1Ped 4,10-11).
Qué gran Palabra y qué bueno es Dios. No me cabe otra forma de expresar esta lectura del apóstol Pedro.
El Señor, nos pide en esta lectura ser administradores de su gracia. Pero ¿Cómo se es administrador? No con papeles, no con cuentas, no con despachos, poniéndose al servicio. Es decir, administrar sirviendo, y ¿sirviendo a quién? A los demás, a las personas y no a las instituciones ni a los cargos. Poniéndonos como los últimos para llevar a los demás al encuentro con Cristo. Esto es ser un verdadero administrador de la gracia de Dios.
Algo, muy importante en el administrar la gracia de Dios, es ponerse en las manos de Dios. Es saber escuchar y saber realizar la misión que Dios nos encomienda en cada momento, allá donde estemos. Ser administrador de la gracia de Dios es ponerse al servicio de Dios. Esto da miedo si lo pensamos humanamente. Pero Dios nos da su gracia y sus dones para realizarlo. De ahí que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que ha recibido. Sólo de esta manera seremos administradores. Si procuramos ser administradores en los despachos, con los papeles y con las cuentas, ¿A quién servimos? ¿A Dios o a los papeles?. Dios quiere que le sirvamos a Él. Y para ello, escucharle y llevar su amor a los demás. La meta de nuestro servicio, no es la fama, el honor y la gloria, sino que Dios sea glorificado en todo.
No dejemos llevarnos por las tentaciones humanas, y sigamos el mandato de amor de Cristo, sirviendo a los hombres y llevándoles a la plenitud de sus vidas en el encuentro con el Señor. No a nosotros, Señor, no a nosotros sea dada la Gloria, sino siempre a tu nombre.

Maximiliano García Folgueiras

sábado, 5 de septiembre de 2015

Vivir la Fe

VIVIR LA FE
Vivir la fe no es vivir de una manera piadosa y meramente sacramental. La fe es algo que incumbe a muchos más aspectos que los meramente personales. La fe no sólo se basa en sentimientos y vivencias personales. La fe es algo que se debe vivir en comunidad y creer personalmente.
La creencia si es personal. Nadie se puede ni se debe meter en las creencias del otro. Cuando se cae en esto, lo que se suele pensar es en el manipular a las personas o adoctrinar a las personas. La fe de cada uno es personal, pero se ha de vivir en comunidad. Hay que compartir las alegrías y las penas, al igual que en una familia. Pero ésta ha de ser una familia especial en la que lo que se ponga en común son las alegrías y las penas de nuestra propia vivencia de la fe. Y de esta manera crecer, apoyarse, animarse juntos. Esta es la verdadera realidad de la Iglesia. No el mero ritualismo en el que muchas personas se agarran, ya sea para criticar, ya sea para justificar su vivencia o no de la fe.
La fe se basa en el Resucitado. Este es el mayor acontecimiento que la Iglesia celebra. El que da sentido verdadero a toda nuestra existencia. La fe no es la creencia en un Dios muerto, que no tendría sentido, sino en un Dios vivo. Como nos dice San Pablo “Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe”. En el evangelio se nos pregunta “por qué buscáis entre los muertos al que vive”. Muchos gastan gran parte de su tiempo en demostrar la muerte de Dios. Desde la fe, desde ese saber escuchar “no está aquí, ha resucitado”, es como debemos transmitir nuestra alegría, nuestro convencimiento en el amor, la paz, la justicia y la vida que Dios nos promete y que da sentido a toda nuestra existencia.

Maximiliano García Folgueiras

lunes, 10 de agosto de 2015

Dar Gracias en todo momento




Dar gracias en todo momento
Hoy en la terraza de mi casa del pueblo, contemplo el monte. Contemplo la belleza de la Creación y cómo se complementan las duras rocas de la montaña, con el frescor del verde de los arbustos, matorrales y árboles. Además puedo contemplar como la erosión del aire, lluvia y nieve han provocado que la roca adquiera formas, en este caso, un pie. Ante tanta belleza, como no decir, junto con el Creador, que es Bueno. Contemplo y pienso en cómo Dios lo ha pensado todo. Cómo Dios en la Creación lo pensó todo hasta el punto de dejarlo preparado para nuestro bienestar, nuestro descanso y nuestro deleite. Hoy, todo eso que vio Dios que era muy bueno, hoy, puedo decir “gracias Padre, por todo lo que me dejas”.
En estos momentos también pienso en las veces que he subido por este monte. Las ilusiones y las fuerzas con las que sales, y lo cansado que llegas a la cima. Pero entonces escuchas lo que te dice el Señor en el Evangelio, “venid a mi los cansados y yo os aliviaré”. Sí, ir a la creación a descansar, en su verdes praderas. Deleitarnos con las preciosas vistas que hay desde la cima y descansar y disfrutar de tanta belleza. Mirar por dónde se sube y ver y recordar los pinchazos con los espinos, las torceduras con las piedras, el cansancio con la subida, y al final de todo, para dar las gracias por tanta hermosura y por la posibilidad del descanso.
Ojalá, aprendiésemos a dar gracias, por encima de las quejas. Ojalá aprendiésemos a darnos cuenta de que siempre tendremos alrededor nuestro, algo o alguien por lo que poder dar gracias. Seguramente, si gastásemos más tiempo en dar gracias, veríamos el tiempo mejor aprovechado, y por tanto, seríamos todos mucho más felices. Dios también nos regala el tiempo para aprovecharlo y disfrutarlo, ¿Cómo se puede aprovechar y disfrutar algo, cuando se pierde en medio de las quejas, de los cansancios, de los agobios? En medio de todo, sea como sea el momento que estemos pasando, demos en todo tiempo gracias por lo que nos rodea, gracias por lo que tenemos, gracias por lo que somos.

Maximiliano García Folgueiras

sábado, 8 de agosto de 2015

En Dios está la solución y la Salvación

En Dios está la solución y la Salvación
Cuando volvieron donde estaba la gente, se acercó un hombre a Jesús y se arrodilló ante él. Le dijo: "Señor, ten piedad de mi hijo". Mt 17,14-15.

Cuando leo el evangelio, muchas veces me llama la atención cómo la gente de aquel entonces,  ante algún problema acudía a Jesús. Cómo entonces pedían piedad al Señor para que actuase ante los diversos problemas. Y ante esta realidad, yo me pregunto qué es lo que hacemos en nuestro tiempo. Si realmente acudimos a Cristo, o si, por el contrario, intentamos arreglar la situación con nuestras fuerzas y nuestros méritos. Veo muchas personas que ante las dificultades se hunden, porque ven y sienten como sus fuerzas se acaban y no son capaces de solucionar aquello que  les está haciendo sufrir. Hoy, hay una palabra para estas personas, hoy el Señor tiene algo que decir a todas esas personas, y es que está esperando que acudas a Él , como aquel hombre a pedir misericordia. Entonces Dios, que siempre actúa, te librará de tus problemas. Igual no te soluciona el problema, pero te dará la gracia, la fuerza y el amor suficientes para que vivas con esperanza y optimismo esa situación.
Por otro lado, en la misma perícopa propuesta anteriormente, vemos la importancia de la intercesión. La importancia que tiene el rezar y el pedir, no sólo por nosotros sino por los demás. Por aquellos que conocemos y que están necesitados de esperanza, de amor, de fe, de salud,etc. Nosotros como creyentes sabemos que hay alguien que puede otorgar todo eso, y es el mismo Cristo. Ejemplo claro de esto puede ser Santa Mónica rogando a Dios por su hijo, quien acabaría siendo el gran obispo de Hipona, San Agustín.  La oración de intercesión , además, cada vez estoy más convencido, es aquella oración que nos hace crecer hacía un sentimiento de fraternidad y de comunidad, como Iglesia, en torno a nuestro Padre Dios. No nos podemos olvidar de rezar los unos por los otros, pidiendo la bendición de Dios para cada uno.
Por último, en la perícopa, veo como las personas con autoridad y responsabilidad hacía otros, se mueven desde el amor y no desde el autoritarismo. Muchas veces podemos ver, o caer, en este error. Pero en el Evangelio propuesto, ese padre va, desde todo su amor por su hijo, a Cristo para que sea Él quien obre con poder. No es el padre quien sana, por mucho que él quisiese, no es el padre quien basándose en su autoridad o en su responsabilidad saca del problema al hijo.  Es el padre, donde yo veo la figura de todos aquellos que tienen que desarrollar algún papel de autoridad y responsabilidad,  quien acudiendo y ,sobretodo, llevando a las personas a Cristo, actúa con verdadera responsabilidad.
Nunca nos dejemos llevar sólo por nuestros criterios.  Vivamos siempre a la luz de Cristo que nos acompaña y actúa en nosotros para darnos aquello que  más necesitamos,  su amor, su misericordia y su Salvación.
Maximilano García Folgueiras 

jueves, 6 de agosto de 2015

Los Falsos Profetas

LOS FALSOS PROFETAS
El otro día en una reunión se pudo escuchar como el que hablaba, de repente, soltó una frase que a mi me dejó bastante intranquilo. En medio de esa reunión se escuchó “Yo hablo en nombre de Dios”, empleando esta frase para reforzar lo que estaba diciendo, que no era otra cosa sino arengar a los que escuchaban para imponer sus criterios. Ante esto, cuando esta persona terminó de hablar, mi sorpresa fue que hubo varias personas que aplaudían mientras criticaban a otras. Yo, confieso que me quedé muy pensativo e intranquilo, y cuando llegué a casa me puse a reflexionar sobre lo escuchado. Entonces pensé en lo que ya Jesucristo nos avisa, en los falsos profetas. Tomé la Biblia y me puse a leer cómo estos falsos profetas emplean una apariencia de una gran espiritualidad y sabiduría, así como una relación con Dios que nadie más puede tener. Y leyendo Mt 7,15-22, el Señor nos avisa de que los falsos profetas se presentan con piel de oveja pero  que son lobos feroces. La Palabra de Dios dice que a estos les reconoceremos por sus obras y añade “aquel día muchos dirán Señor, Señor, hemos hablado en tu nombre” justamente lo que allí pudimos escuchar los presentes, pero el Señor, en la misma cita les responde “nunca los conocí”. Es decir, que no era en nombre de Dios, sino en nombre suyo propio, que empleó el nombre de Dios “en vano”, para reforzar su opinión y su criterio.
Cuando uno lee la Biblia, ve cómo los falsos profetas exhortan y corrigen, siempre anunciando la esperanza y la Salvación de Dios. He aquí los frutos de los que nos habla la Palabra de Dios. Pero esta persona, más bien, estaba buscando meter miedo, amenazar e imponer su ley y sus criterios. Es entonces cuando hay que tener cuidado, porque posiblemente estemos ante un falso profeta de nuestro tiempo, que impone la ley del silencio, del secretismo para salirse con la suya y con la de todos los que le siguen por detrás.
San Pablo, también nos habla de otra característica de los falsos profetas, que se pudo ver en esta persona. Nos lo dice en 1 Tim 1,3-7, donde afirma que estos falsos profetas emplean una gran palabrería que impresiona al que lo oye, pensando en el gran conocimiento que éste puede tener. Es lo que se pudo comprobar, cuando después de un largo rato hablando, usando palabrería, arengando, un sector de los allí presentes aplaudió y acusó a otras personas allí presentes también. Si realmente fuese Palabra de Dios, me pregunto ¿no proporcionaría paz, sosiego, armonía entre los allí presentes y no sólo entre algunos? San Pedro a esto añade, en 2 Ped 2,3 “por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas”, todo para buscar prosélitos que le sigan y que le apoyen. Confieso que me pregunto muy seriamente si esto no es lo que ocurrió allí. Más bien pienso que esto es precisamente lo que nos pudimos encontrar, alguien que con su gran discurso creaba la división entre los asistentes. Entonces me pregunto. Si esta persona “hablaba en nombre de Dios”, es qué Dios busca la división o la unidad, porque Él mismo nos dice en San Juan, en el capítulo 17, que quiere que todos seamos uno, es decir, que Jesucristo quiere la unidad y no la división.
Por último San Pablo afirma en 1Tim 4,2-4 la intimidación donde el falso profeta desea tener bajo control a todos sus seguidores, otra de las cosas que allí pude observar, salir ovacionado por algunos y así tenerles bajo control, pues prohibió expresamente hacer algo que Él no quería que se hiciese.
Observando estas características, veo claramente como se trata de un falso profeta, del que la Palabra de Dios nos advierte. Creo que es muy conveniente algo, que quizás el Pueblo de Dios no está muy acostumbrado, que es el discernimiento, para esclarecer ante todo la verdad del Evangelio, que no es otro sino Jesucristo mismo, quien con su vida ofrecida por la humanidad, nos otorga la Salvación. Nos debemos fijar más en la Palabra de Dios y en el ejemplo de Jesucristo, antes que es los falsos profetas que podemos encontrarnos, que no nos conducen a la Verdad sino a seguirle a él mismo. De aquí la importancia del discernimiento y de denunciar a estos falsos profetas.

Maximiliano García Folgueiras

martes, 21 de julio de 2015

Ganar al final

Esta tarde he estado jugando a las cartas con mi madre. Desde el principio iba ganando yo, como vulgarmente se dice "dando una paliza". Después de estar toda la partida ganando,  cuando ya parecía que iba a ganar del todo, en la última partida, una jugada maestra de mi madre y he perdido. Ella ha sido la ganadora. Entonces yo me he preguntado: ¿De qué me ha servido ir ganando todo el juego? ¿Qué es más importante, ir ganando y perder o ganar al final?
¿cuántas veces en nuestra vida nos ha podido pasar esto? ¿cuántas veces parece que el éxito va con nosotros y todo termina en nada? San Pablo nos dice "todo lo estimo pérdida con tal de ganar a Cristo ". Lo importante es la meta final. A veces buscamos el éxito momentáneo pero ¿quejé pasa cuando ese éxito desaparece?  Entonces podemos pensar que no vale de nada. Las metas marcan las ilusiones del principio. Nadie comienza nada pensando en no llegar a la meta.  Esto es lo fundamental, pensar en llegar a la meta, mi madre aún perdiendo ha seguido jugando y a llegado a la meta victoriosa. y esto en un juego, pero, ¿y en la vida?  La meta de la vida es la Salvación y la gloria. Es a esa a la que tenemos que tender. No importa si en el camino hay dificultades y parece que no llegamos, lo importante es alcanzar la meta esperada de Cristo Señor y Salvador de la humanidad. Es aquí donde entra el pensar como San Pablo, de nada sirve ir ganando el juego si luego nos perdemos la Gloria. Todo a lo que podemos aspirar no es ganar juegos, sino la partida, y ésta su premio es la Vida Eterna y Plena que nos promete Cristo.
¿Quieres  ganar los juegos o la partida?

lunes, 13 de julio de 2015

El sentido de la vida está en el amor de Dios

En esta semana el Papa nos ha dicho:"El amor compasivo de Cristo es lo que nos da la libertad y la felicidad verdaderas." Y "Qué hermoso es anunciar a todos el amor de Dios que nos salva y da sentido a nuestra vida.". En estas dos frases el Santo Padre, creo nos da a entender la clave para vivir un auténtico  cristianismo, vivir el amor compasivo de Dios con la propia vida. En mi vida me encuentro con muchas personas que nunca se han preguntado para qué están en este mundo,  en definitiva  nunca se han preguntado por el sentido de sus vidas. En estas personas he encontrado un modo de vida muy temporal pues se basan en los momentos pasajeros.  Si estos son buenos, pues se lo pasan bien, si son malos, entonces es cuando la vida no tiene sentido, como si fuese un castigo para la persona. También me he encontrado personas que afirman que el sentido de su vida es el vivir bien. Pero entonces, uno se da cuenta que  estas personas cuando no les va bien, su vida ya no tiene sentido. En un caso y otro, de estas personas, la vida, si no va bien,  si vienen dificultades, ya no tiene sentido. Ojalá no hubiese dificultades, podríamos pensar, pero la realidad es que  éstas vienen y hay que  afrontarlas para seguir creciendo como personas. Es entonces cuando uno ha de escuchar al Papa, que nos recuerda que lo que da sentido a la vida es el amor de Dios que salva. Y con nuestras vidas anunciar este amor, para que  otros puedan encontrar, igualmente, el sentido de sus vidas. No hay otra cosa más importante que sabernos salvados por Dios, de sabernos amados y predilectos de Dios. Si me sé  salvado, esos momentos difíciles  los afrontaré desde la misma salvación y no desde el pensar que aún me tengo que salvar. Entonces afrontaré esos momentos con la decisión de salir adelante y no pensar que no es posible salir. Desgraciadamente muchas personas lo viven desde el derrotismo y es ahí cuando caen el terribles errores con peores consecuencias. Desde esta verdad es desde donde adquiere relevancia lo que  también afirma el Papa Francisco de que es el amor de Dios el que nos da la felicidad y la libertad verdaderas. No puede ser de otra manera. Nuestro buen Dios llena nuestra vida de amor y misericordia. Ya no tenemos que  mendigar amor, podemos ser libres, Dios ha roto nuestras cadenas para hacernos libres y no marionetas de nada ni de nadie. Y es esta libertad la que nos lleva  ser felices.
Sólo el amor de Dios nos hace descubrir que  somos importantes. No hace falta que  hagamos nada ante los demás para ser alguien. Ya somos alguien, y quizás lo más importante, somos hijos amados y predilectos de Dios, llamados a vivir la plenitud de la vida. Para esto vino Jesucristo y a esto somos invitados. yo no quiero faltar a esa invitación, espero que tú, que estás leyendo esto, tampoco, y aceptes también la invitación de ser feliz descubriendo el sentido de tu vida en su amor.
Maximilano García Folgueiras

viernes, 10 de julio de 2015

Evangelio o formalismo

Hace apenas unos minutos he visto por televisión la llegada del Papa Francisco a Paraguay. Después de los actos típicos de recepción y bienvenida, el Papa se acercaba a la gente y en eso unos niños han salido corriendo a abrazar al Santo Padre. En estos momentos a mi me venía a la cabeza aquello que nos dejó Jesucristo en el Evangelio: “dejad que los niños se acerquen a mi”. Y en ese gesto tan simple y tan sencillo y quizás para alguno insignificante, me he dado cuenta de lo importante que es para los cristianos vivir el evangelio. Quizás últimamente el cristiano se ha quedado en la mera moral y en los formalismos, y de hecho es por esto por lo que muchos cristianos hoy critican al Vicario de Cristo en la tierra. Muchos gastan tiempo y dinero en cursos de protocolo. Pero muchas veces por guardar las formas, por guardar el protocolo, por guardar los meros formalismos, dejamos de vivir aquello que es esencial, la propia fe. Yo me pregunto cuál era el protocolo y los formalismos que guardaba Jesucristo en la tierra. Creo que más bien se preocupaba por entregar su vida por amor a la humanidad, para la salvación de todos. Jesucristo pasaba haciendo el bien y quizás sin tanto formalismo. De ahí que le acusarán y al final le terminaran crucificando. Quizás hoy seamos nosotros los que hemos dejado de lado esta postura. Hoy parece primar más aquello que queda bien en la sociedad. Pero la fe no puede buscar el quedar bien, sino en el entregar la vida por amor a Dios. Y Es posible que vivir esto, nos lleve a que nos juzguen y nos critiquen. Pero es entonces cuando nos deberemos acordar de otras palabras de Jesucristo: “Bienaventurados cuando os persigan”. Dios nos promete la felicidad, los formalismos sólo nos aseguran un bienestar pasajero. Es verdad que también hay que guardar las formas, pero cuando se trata de vivir el evangelio, esto es lo que debe priorizar en la vida de los creyentes. De aquí que nos tengamos que preguntar: ¿Con qué me quedo, con la felicidad que me promete Dios o con el bienestar pasajero? Yo por la felicidad del evangelio y de Jesucristo, ¿Tú?
Maximilano García Folgueiras

sábado, 27 de junio de 2015

valorar lo que tenemos


Valorar lo que tenemos

            Muchas veces en nuestra vida no sabemos dar valor a lo que tenemos. Esto es lo que entristece y empobrece la vida humana. Muchos momentos, es la sociedad la que no ayuda a vivir bien con lo que uno tiene, y nos creemos en el derecho de burlarnos y reírnos de aquellos que están más necesitados.
            Cuando pasamos por necesidad, en muchas ocasiones podemos pensar que la vida no tiene sentido. Nos resignamos a vivir en esa situación, o buscamos salidas rápidas pero no mejores. Es en estos momentos cuando más nos fijamos en lo que tienen los demás y no en lo que tenemos nosotros. Entonces surge en nosotros unos sentimientos de envidia de querer tener aquello que pensamos que necesitamos y aquello con lo que pensamos que seriamos mucho más felices. Pensamos que Dios o que la suerte nos ha abandonado y no nos acompaña, y que si tuviéramos esto o aquello, viviríamos mejor y saldríamos de la situación de necesidad. Pero la pregunta es, ¿merece la pena tener más cosas para no poder disfrutarlas y vivir felices? La respuesta clara es no. La respuesta de cada uno no puede ser otra que no sea la de valorar lo que tiene. Quizás no sea tan bueno, o tan bonito como otros, pero es lo que tenemos. Valorar nuestra capacidad para disfrutar de la vida. En el fondo valorar lo que somos y lo que tenemos y vivir en plenitud. “he venido para que tengáis vida y vida en plenitud” nos dice Jesús en el evangelio. Escuchemos estas palabras, y vivámoslas en plenitud con lo que tenemos. Esforzándonos por mejorar, pero viviendo sin envidias y recelos a los demás. No olvidemos que la primera “guerra” de la sociedad, vino provocada por una envidia entre hermanos, cuando Caín mató a su hermano Abel. No queramos vivir nosotros así. Vivamos en plenitud haciendo de esta vida, la mejor vida que podamos vivir

Maximiliano García Folgueiras

jueves, 14 de mayo de 2015

Ser Uno mismo o ser lo que los demás quieren



¿Ser uno mismo o ser quien los demás quieren?

            Pregunta que hoy se hace muy actual. En muchos momentos, en muchos ambientes y en muchos lugares, da la sensación que la persona se siente obligada a actuar con determinados comportamientos que exigen en el entorno. Lo más preocupante es en aquellos lugares o aquellas personas que también intentan manipular a los demás según su propio discurrir y sus propios planteamientos.

            Ante la pregunta inicial, lo que está de fondo es la pregunta sobre la libertad del hombre. Ésta no radica en el exterior, ni en el entorno, ni en el ambiente. Estos componentes, evidentemente, son factores que afectan, como un añadido. Pero el verdadero fundamento de la libertad está en el interior de uno mismo. En el tener las propias convicciones, deseos, anhelos y proyectos y luchar por ellos. Uno de los personajes que demuestran esto fue el cardenal Van Thuan, que aun estando encarcelado, esa opresión no hizo que él desistiese en su empeño de vivir la Eucaristía. Nadie fue capaz de quitarle su libertad, aunque ésta fuese entre rejas. Esto demuestra que la libertad es algo del interior humano, es algo que compete al modo de vivir las situaciones y no a las situaciones en sí. Quien es capaz de descubrir esto, es capaz de poder comprender que a pesar de las dificultades, a pesar de las situaciones, sean las que sean, uno puede ser feliz, pues la felicidad radica en la libertad que me da el poder vivir cada momento en su plenitud. Debido a la libertad se es capaz de poder ser agradecido en cada momento, aunque éste sea difícil. Como nos dice el conferenciante Nick Vujicic, hay que ser agradecido por lo que se tiene y no amargarse por lo que no se tiene. Y esto sólo se puede realizar cuando uno se siente libre, esté en la situación que esté. Emilio Duró, otro gran conferenciante, en un congreso de mercado internacional en Galicia, afirma “No vendáis vuestra vida”. Creo que esta es la clave del tema reflexionado. Uno no puede querer ser lo que otros quieren. Uno debe aceptarse con sus virtudes y con sus defectos, y así ser libre para mostrarse ante los demás como se es. Esta es la clave en la madurez humana y el cumplimiento del mandamiento que nos dejo Jesucristo “Amar al prójimo como a uno mismo”. No debemos olvidarnos nunca del “como a uno mismo”, pues para que haya amor y crecimiento humano, empieza por aceptarse y amarse uno como es. 

lunes, 30 de marzo de 2015

El Camino de Santiago



EL CAMINO DE SANTIAGO: Una experiencia siempre nueva
            En este año he hecho una vez más el Camino de Santiago. Una experiencia que se repite, pero que siempre es nueva. He aquí una primera lección, buscar la novedad de las cosas. No vivir en la rutina del día a día. Saber que cada camino es nuevo y descubrir como cada día, a pesar de los cansancios, hay nuevas fuerzas para proseguir el camino. No podemos dejarnos llevar por la desidia o el cansancio. No importa si un día llegamos los primeros o los últimos, con tiempo de retraso, lo importante es llegar al final, llegar a la meta, sobreponiéndonos a las adversidades que aparezcan, como los cansancios, torceduras, ampollas, etc. ¿Cuáles son las adversidades que tenemos en la vida? Sean cuales sean, tengamos claro que cada día es nuevo, que cada día se nos da la oportunidad para volver a caminar, con el propósito de llegar al final, aunque en el mismo día vuelvan a aparecer las dificultades.
            Al final de cada etapa, impresiona ver cómo vuelve el ánimo, porque el pasarlo mal en la jornada, no significa que no hayamos podido avanzar hasta el final. Esto nos vuelve a animar, ilusionar y esperanzar porque cada día el final está más cerca. Esta es la actitud positiva con la que debemos afrontar la vida, sin dar lugar al desánimo, al desaliento, a la desesperanza.
            Cada mañana, un nuevo prepararse para la marcha. De nuevo botas, calcetines, cremas, etc. Nuevos miedos y temores por lo que nos podemos encontrar en el camino, con más ampollas y dolores de pies. Pero nada de esto puede con la ilusión de poder acabar una nueva etapa. Con la ilusión de poder caminar los primeros afrontando la jornada con ganas e ilusión. En la vida, cada día nos despierta esas ilusiones que pueden parecer acabadas o dormidas, pero que están ahí y hay que descubrirlas y sacarlas a flote, porque no nos podemos olvidar que no hay camino si no se camina, si no nos ponemos en marcha, si no comenzamos una nueva jornada llena de retos que afrontar.
            Cuando uno llega a Santiago, todos los cansancios, fatigas, ampollas, etc, pasan a un segundo plano. Ya no es eso a lo que dábamos tanta importancia durante el camino. Ya no importan. Hemos llegado a la meta y eso es lo que importa. Hemos sido capaces de llegar hasta el final. Esto nos da una última lección, no nos detengamos en el camino por las dificultades. Continuemos el camino de la vida, hasta llegar al final, donde se verá el sentido a cada sufrimiento, a cada ampolla, a cada rozadura y nos vendrá la paz y la alegría de saber que somos capaces de alcanzar la meta.
Maximiliano García Folgueiras


domingo, 29 de marzo de 2015

La moral cristiana

LA MORAL DEL CRISTIANO
            Es una visión generalizada lo de ver los principios morales como aquellas normas que rigen el comportamiento humano, demostrando si éste es bueno o malo. Evidentemente este modo de ver los principios morales, ya hacen pensar que es algo que va más allá de lo meramente material o jurídico, pues va dirigido a la conducta humana y no al mero hecho.
            Si hablamos de moral cristiana, es cuando se da un paso más, en la fe. La moral cristiana va encaminada al ejemplo que nos dio Jesucristo. La moral cristiana pone su mirada en Cristo y en el mandato que Él nos dejó: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,36). En este mandato vemos una norma que debe ser importante para creyentes y no creyentes. Pues vivir el amor es algo que ayuda al bien común de una sociedad. El amor es una necesidad de primer orden en la persona, de ahí que muchos modos de actuar sean motivados por la búsqueda de una aclamación, por la búsqueda de sentirse acompañado, arropado, etc. En el fondo, por la búsqueda, en cierto modo, de sentirse amado. Lo más importante, quizás, en este punto, es que también se nos implica a nosotros a amar. Amar en todo aquello cuanto hagamos. Algo que piensa hoy la generalidad de la gente, es que cuando haces algo, no puedes ir en contra de alguien, pues entonces nos convertiríamos en “malas personas”. Esto indica que hay un pensamiento generalizado, en pensar que en todo lo que hagamos se debe dar un amor hacía quien vaya dirigida la acción. Si es una acción espiritual, un amor a Dios; si es una acción social o caritativa, un amor hacía el otro; si es una acción propia, como trabajo o deporte, un amor hacía uno mismo. Y es aquí donde entonces la persona consciente o inconscientemente, está cumpliendo la norma moral que nos dio Jesucristo: “amar a Dios, al prójimo y a ti mismo”.
            La diferencia entre el cristiano y el no creyente, es que el primero se aferra a la vida de Cristo, quien “pasó haciendo el bien” nos dice el evangelio. Este mirar a Cristo es lo que nos separa, en palabras de San Pablo, de “aquellos que habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje” (Ef 4,17-21). Estos piensan, erróneamente, que la moral es un conjunto de normas que hay que cumplir porque la razón del hombre así lo ha dispuesto. Pero la moral no deja de ser el medio para vivir la plenitud que nos ha prometido Jesucristo. Es seguir a Cristo y procurar vivir cuanto él nos enseñó en su mensaje y en su obra de amor, misericordia y salvación. Estos tres puntos son, en el fondo, los que busca la moral. Esta es la esencia de la moral cristiana.
            La moral no es algo meramente razonable, pero tampoco una cuestión sólo de fe. La moral, desde la fe, fortalece e ilumina la razón. Vivir el seguimiento de Cristo, y por tanto, vivir la moral cristiana, es comprender, conocer y razonar, la verdad de lo que somos e intentar, desde lo que somos, vivir “haciendo el bien”. La base de toda la moral es ese “hacer el bien” que es un llamado a toda la humanidad. No es cuestión de creyentes o no. No es una cuestión de fe. Todos estamos llamados y queremos vivir en el bien, por lo tanto, la moral cristiana no es algo que no implique a los no cristianos.
La moral cristiana es algo universal, que pese al conocimiento o no de la persona, e independientemente de su fe, se intenta vivir. En el fondo, la moral cristiana recoge el anhelo de la sociedad, que no es otro sino vivir en plenitud y marca un camino: “pasar haciendo el bien a modo y semejanza de Cristo”. Así, alcanzar el amor, la misericordia y la salvación, que llenan todos los deseos y aspiraciones del ser humano.

Maximiliano García Folgueiras

sábado, 28 de marzo de 2015

luchar por lo que queremos


LUCHA POR AQUELLO QUE QUIERES
            Todos tenemos sueños en la vida. Todos, el que más y el que menos anhela algo y es aquello que más deseamos. Posiblemente, muchas de las cosas que hacemos van en torno a ese sueño y anhelo. Aunque a veces en ese intento, nos estamos equivocando.
            La primera pregunta que surge cuando hablamos de los sueños es si creemos o no en ellos. Evidentemente, cuando no creemos que sean posibles, lo que nos ocurre es que solemos frustrarnos y entristecernos. ¿Qué pasa entonces? Que no hacemos nada, que no luchamos, que no nos damos la oportunidad de conseguirlo y en el fondo nos terminamos amargando la vida. Cuando creemos en los sueños, surge lo contrario, luchamos, nos apasionamos y nos pasa la vida con ilusión y esperanza. Pero entonces surge otra pregunta ¿qué hacemos para conseguir esos sueños? A veces creemos que aquello que esperamos nos va a llegar sin más, que nos lo vamos a encontrar. Pero en realidad, esto es un engaño que el hombre se hace. En el fondo, es una manera de no luchar por ese anhelo o sueño.
Tenemos que luchar por aquello que queremos. Tenemos que poner de nuestra parte para cumplir ese sueño. Ese anhelo o deseo que tenemos, requiere de nosotros el esfuerzo y la dedicación. Es este esfuerzo y esta dedicación la que nos hará ver la vida como una oportunidad para disfrutar, para gozar y para encontrarnos con nosotros mismos, en lo que realmente somos, con nuestras virtudes, nuestras capacidades, nuestros defectos y nuestras limitaciones. Este encuentro con nuestro “yo” más real, nos capacitará para sacar lo mejor de nosotros mismos y así poder descubrir que tal y como somos podemos y estamos llamados a ser felices. Que al fin y al cabo, es el anhelo último de toda la humanidad.
En nuestra vida, siempre nos vamos a encontrar con una y otra dificultad. Es en nosotros donde está el poder poner soluciones a esos obstáculos. Para, de esta forma, colmar esos sueños o anhelos.
Es en nosotros donde está la respuesta a ¿quiero luchar por aquello que quiero? Y si nuestra respuesta es “sí”, surge otra pregunta ¿Cómo voy a actuar para conseguir ese fin?

Luchemos por aquello que queremos y no nos dejemos vencer por las contrariedades que nos puedan venir.

miércoles, 18 de marzo de 2015

La felicidad

LA FELICIDAD
A pesar de los defectos, de las ansiedades, de las irritaciones, de los problemas, nuestra vida es lo más importante que tenemos. Depende de nosotros el cuidar nuestra vida. No podemos pretender que sean otros los que la cuiden. Una de las mejores ideas para cuidarnos es darnos cuenta de las personas que, por las circunstancias que sean, nos necesitan, nos admiran y nos quieren. Algo fundamental es que nos fijemos en esas circunstancias y las potenciemos en nuestra vida, este es uno de los grandes medios para ser feliz.
La felicidad no es algo que nos exima de las tempestades, de los accidentes, de los cansancios, de las decepciones. En toda vida esto, lo más probable, es que se dé. No por ello significa que no se pueda ser feliz, pues estaríamos diciendo que en la vida no se podría ser feliz. Con lo cual, estaríamos afirmando que la vida es algo que el mismo ser humano no podría aguantar. Con esto, caeríamos en una enorme contradicción, pues estaríamos diciendo: “la vida es lo más importante que tenemos, pero el ser humano no lo puede aguantar”.
Es claro que la vida es lo más importante que tenemos, pues sin ella no habría nada. De ahí que hay que descubrir cómo la vida está llamada a ser feliz, a pesar de todas las vicisitudes que nos puedan venir. La felicidad siempre es posible, pero para ello hay una difícil tarea, que no imposible, la de encontrar fuerzas, esperanza, seguridad y amor en cada momento, aunque estos sean difíciles y duros.
La felicidad nos llama a aprender de cada momento. De todos los momentos buenos y plácidos, saber valorarlos, conmemorarlos y alegrarnos con ellos. Pero cuando los momentos están llenos de tristeza y de fracaso hay que saber reflexionar y aprender las lecciones. Sólo se esta manera iremos madurando como personas y creciendo en sabiduría sobre nuestra propia vida. Así llegaremos a poder responder la pregunta de ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿De qué soy capaz? ¿Hasta dónde puedo llegar? Y vivir en plenitud la vida. A esto nos invita Jesús de Nazaret cuando nos dice “he venido a que tengáis vida y vida en plenitud”. Para todos, es evidente, que esta llamada nos motiva, seamos creyentes o no. Pues entonces, ¿Por qué no hacemos lo posible para vivir así? ¿Por qué no ayudamos a los demás a vivir de esta manera? Seguramente todos seríamos mucho más felices en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis. La vida, como he repetido varias veces, es lo más importante que tenemos. Nada ni nadie puede hacer que menospreciemos su valor. Cualquier situación, por dura que ésta sea, no puede desmotivarnos de la posibilidad de seguir viviendo la vida. Vale la pena vivir, porque cada día se nos da una nueva posibilidad para descubrir la belleza de lo que nos rodea. Cada día se nos da la oportunidad de disfrutar con nuestro entorno físico y humano. Cada día se nos ofrece el poder afrontar cada momento y cada situación con la esperanza de que todo va a salir bien.
La felicidad es salir de nuestro yo. La felicidad es salir de nuestros victimismos. La felicidad es salir de nuestros pesimismos y afrontar la vida como un reto que se nos ofrece cada día para ser yo mismo en medio de los avatares de la vida y apostar por ser agradecido y no estar en la queja de cada cosa.
La felicidad es apostar por la valentía hacía el miedo, que nos paraliza y nos impide ser libres. Es tener valentía para saber aceptarme tal y como soy, con mis virtudes y con mis defectos y tener la seguridad de recibir una crítica o una corrección y saber acogerla. Saber que nos podemos equivocar y no por eso ya se termina todo. Saber que estamos necesitados de los demás. Saber que con nuestras solas fuerzas no lo podemos todo, pero esto no significa que ya anulemos nuestra valía. A pesar de nuestras limitaciones y equívocos, tenemos la capacidad para comenzar de nuevo, de la manera correcta, rectificando errores del pasado.
La felicidad también implica altruismo. Implica llevar amor, confianza, cercanía a las personas de nuestro alrededor.

Felicidad no es sinónimo de perfección, sino de saber aprovechar cada momento de nuestra vida y vivirlo con plenitud, aprovechando cada momento al máximo, no dejando que nada ni nadie se interponga a nuestra vida y a nuestro destino: LA FELICIDAD.