OGMR

NUMEROS 1-5


Después de un tiempo con el blog, con reflexiones sobre la vida, sobres cosas que veo y pienso que nos pueden ayudar a tomar un poco de nuestro tiempo y no dejar que la vida se nos pase sin enterarnos, hoy comenzamos una nueva andadura. Llevo tiempo pensando en hacer algo más sistemático, reflexionar sobre temas concretos y que tengan una relación los unos con los otros. Pues bien, aunque lo que he hecho hasta ahora va a seguir ocurriendo, es decir, pensamientos y reflexiones sobre la vida, hoy comienza el primer tema sistemático que me propongo reflexionar. Muchos, que me conocéis sabéis que soy especialista en liturgia, es lo que estudié en mis estudios teológicos, y no hace mucho se acaba de sacar el nuevo misal romano, pues ante esto, he visto una oportunidad abierta, ¿qué tal si reflexionamos la Ordenación General del Misal Romano? Esto va a llevar mucho tiempo, pero espero que nos ayude a todos a crecer como cristianos y a disfrutar más de lo más sagrado que tenemos que es la Eucaristía.
Hoy comenzamos por los cinco primeros puntos de la OGMR.
1. Cuando iba a celebrar con sus discípulos la Cena pascual, en la cual instituyó el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, Cristo el Señor, mandó preparar una sala grande, ya dispuesta (Lc 22, 12). La Iglesia ha considerado siempre que a ella le corresponde el mandato de establecer las normas relativas a la disposición de las personas, de los lugares, de los ritos y de los textos para la celebración de la Eucaristía. Tanto las normas actuales, que han sido promulgadas con base en la autoridad del Concilio Ecuménico Vaticano II, como el nuevo Misal que la Iglesia de rito Romano en adelante empleará para la celebración de la Misa, constituyen un argumento más acerca de la solicitud de la Iglesia, de su fe y de su amor inalterable para con el sublime misterio eucarístico, y testifican su tradición continua e ininterrumpida, aunque se hagan algunas innovaciones.
2. La naturaleza sacrificial de la Misa afirmada solemnemente por el Concilio Tridentino[1], en armonía con la tradición universal de la Iglesia, ha sido expresada nuevamente por el Concilio Vaticano II, al pronunciar estas significativas palabras acerca de la Misa: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su retorno, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección».
Lo que así fue enseñado por el Concilio está sobriamente expresado por fórmulas de la Misa. Así lo pone ya de relieve la expresión del Sacramentario llamado Leoniano: «cuantas veces se celebra el memorial de este sacrificio se realiza la obra de nuestra redención». Esto se encuentra acertada y cuidadosamente expresado en las Plegarias Eucarísticas; pues en éstas el sacerdote, al hacer la anámnesis, se dirige a Dios en nombre también de todo el pueblo, le da gracias y le ofrece el sacrificio vivo y santo, es decir, la ofrenda de la Iglesia y la víctima por cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad; y ora para que el Cuerpo y la Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para todo el mundo.
De este modo, en el nuevo Misal, la norma de la oración (lex orandi) de la Iglesia responde a la norma perenne de la fe (lex credendi), por la cual, somos amonestados, a saber, que el sacrificio, excepto por la forma distinta como se ofrece, es uno e igual en cuanto sacrificio de la cruz y en cuanto a su renovación sacramental en la Misa. Y es el mismo sacrificio que Cristo, el Señor, instituyó en la última cena y que mandó celebrar a los apóstoles en conmemoración suya, por lo cual la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción de gracias, propiciatorio y satisfactorio.
3. También el admirable misterio de la presencia real del Señor bajo las especies eucarísticas, confirmado por el Concilio Vaticano II y por otros documentos del Magisterio de la Iglesia, en el mismo sentido y con la misma autoridad con los cuales el Concilio de Trento lo había declarado materia de fe, es manifestado en la celebración de la Misa, no sólo por las palabras de la consagración, por las cuales, Cristo, por la transubstanciación, se hace presente, sino también por la disposición de ánimo y la manifestación de suma reverencia y adoración que tienen lugar en la Liturgia Eucarística. Por esta misma razón se exhorta al pueblo cristiano a que el Jueves Santo en la Cena del Señor y en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y de la Santísima Sangre de Cristo, honre con peculiar culto de adoración este admirable Sacramento.
4. En verdad, la naturaleza del sacerdocio ministerial propia del obispo y del presbítero, quienes en la persona de Cristo ofrecen el sacrificio y presiden la asamblea del pueblo santo, resplandece en la forma del mismo rito, por la preeminencia del lugar reservado y por el ministerio mismo del sacerdote. Más aún, el contenido de este ministerio está expresado y es explicado clara y ampliamente por la acción de gracias de la Misa Crismal del Jueves Santo, día en que se conmemora la institución del sacerdocio. En ese prefacio se explica la transmisión de la potestad sacerdotal llevada a cabo por la imposición de las manos; y se menciona la misma potestad, refiriéndola a los ministerios ordenados, como continuación de la potestad de Cristo, Sumo Pontífice del Nuevo Testamento.
5. Pero, en la naturaleza del sacerdocio ministerial se manifiesta otra realidad de gran importancia, a saber, el sacerdocio real de los fieles, cuyo sacrificio espiritual es consumado por el ministerio del Obispo y de los presbíteros en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. En efecto, la celebración de la Eucaristía es acción de la Iglesia universal; y en ella cada uno hará todo y sólo lo que le pertenece conforme al grado que tiene en el pueblo de Dios. De aquí la necesidad de prestar particular atención a determinados aspectos de la celebración, a los cuales, algunas veces, en el decurso de los siglos se prestó menos cuidado. Porque este pueblo es el pueblo de Dios, adquirido por la Sangre de Cristo, congregado por el Señor, alimentado con su Palabra; pueblo llamado a elevar a Dios las peticiones de toda la familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio de la salvación ofreciendo su sacrificio; pueblo, por último, que por la Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo se consolida en la unidad. Este pueblo, aunque es santo por su origen, sin embargo, crece continuamente en santidad por su participación consciente, activa y fructuosa en el misterio eucarístico.
Lo primero que nos dice en el número uno ya es “Cristo el Señor, mandó preparar una sala grande, ya dispuesta”, es decir, ya se nos dice que ir a la Eucaristía a lo que nos tenemos que disponer, igual que nos preparamos para ir a otros lugares, como el teatro, una cena especial, o una reunión de amigos, la Eucaristía es el centro de nuestra fe y debemos prepararnos para celebrar este misterio. Y se nos dice que desde siempre ha sido la Iglesia la que ha marcado las directrices de la liturgia.
La Ordenación sigue exhortándonos a todos los que celebramos la Eucaristía a que tengamos una plena conciencia de que lo que en la Eucaristía se celebra es un memorial de la Pasión, muerte y Resurrección de Cristo. Esto es algo que celebramos porque es algo que creemos. Si no fuese así, no tendría sentido asistir a la Eucaristía. Si no creyese en este memorial, qué es lo que iría a celebrar, pues probablemente, y como desgraciadamente se ve muchas veces, una reunión con personas que, a lo largo de la semana, o más tiempo no veo. Aprovecho el momento para saludar a esas personas, hablar un rato con ellas, sin prestar la más mínima atención a lo que se celebra, o sin el más mínimo respeto a las personas que llegan un poco antes para disponerse a celebrar la eucaristía. Quizás, ya este segundo número nos centra en uno de los grandes problemas que hoy tenemos, ¿Con qué disposición nos acercamos a celebrar la eucaristía?
En el número tres de la ordenación, nos dispone a centrar nuestra atención en la Eucaristía, que no es un Qué sino un Quién. La Eucaristía, por el inmenso don dado a los sacerdotes, con sus manos crismadas, hacen posible la presencia real de Jesucristo entre los fieles. Este momento debe ser tratado con la máxima reverencia y adoración, es el momento sublime donde Cristo cumple su promesa de quedarse con nosotros. No podemos vivir una Eucaristía, sin atender a este momento, donde el Quién se hace presente. La Iglesia, a su vez, nos recuerda que una manera de venerar este Sagrado Misterio, es en la adoración. La OGMR nos habla de poner un especial énfasis en los días de Jueves Santo, día de la Institución de la Eucaristía y del Corpus Christi. Pero también debemos tener una especial atención a que es el mismo Cristo el que se queda en los sagrarios de nuestras parroquias, esperándonos, es él el que vela por nosotros, y somos nosotros, con nuestra adoración, los que debemos darle gracias en todo momento. Durante mucho tiempo, he observado con tristeza como muchas personas entran en la Iglesia y sin hacer caso al Quién está ahí presente, pasan sin hacer caso para honrar y venerar al Santo de su devoción. Quizás estas personas se deberían dar cuenta, de que ese santo al que veneran, es santo por entregar su vida a aquel a quien ellos no están haciendo caso. Debemos poner en primer lugar al Señor, y con él vivir nuestra fe, desde el modelo que nos han dado otras personas, en especial nuestra Madre la Virgen.
El número cuatro de la OGMR nos lleva a dar gracias por el inmenso regalo de los sacerdotes, quienes, instituidos por Cristo, en el mismo día y en el mismo momento que instituyó la Eucaristía, nos ha dejado a hombres que de una manera especial hacen posible la presencia actual y permanente de Cristo entre nosotros. No hay sacerdocio sin eucaristía, y no hay eucaristía sin sacerdocio, de ahí que sea un misterio entrañable del amor de Dios para con los hombres, que para quedarse con nosotros y perpetuar su presencia, quiso elegir a unas personas para consagrarlas en su ministerio. Pero los sacerdotes no están solos celebrando la eucaristía, siempre la celebra la Iglesia, porque por el bautismo todos tenemos el sacerdocio real de los fieles. Todos somos los que celebramos la eucaristía, sacerdotes y fieles, y son los sacerdotes, los que, por su ministerio sagrado, presiden la celebración. En toda eucaristía celebra la Iglesia Católica (universal), y en cada celebración, cada uno aportará según su ministerio, en el que todo el Pueblo de Dios da gracias por todo lo que Dios ha hecho, hace y seguirá haciendo por nosotros.
En estos primeros cinco números se nos llama a centrar nuestra mirada sobre lo que en la Eucaristía sucede, que no es otra cosa sino un Amor. Un Amor que se ha entregado, un Amor que nos ha salvado y nos sigue salvando, un Amor que se hace presente para llenar nuestras vidas y para que transmitamos ese amor a los demás. Un Amor que da pleno sentido a nuestra vida. No dejemos pasar la ocasión y centremos nuestra vida en ese Quién, en ese Amor, en el Señor Jesús que nos ama y nos salva.
Maximiliano García Folgueiras

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