martes, 15 de septiembre de 2015

Ser fermento cristiano en la sociedad

Ser fermento cristiano en la Sociedad

El Papa Francisco el pasado 26 de marzo nos dijo: “Los fieles laicos están llamados a ser fermento de vida cristiana en la sociedad”. Ante esta afirmación deberíamos caer en la cuenta de que los cristianos estamos llamados a Evangelizar y dar testimonio de Cristo. Esto es deber de todos los bautizados, ser fermento, motivo para que los demás vean en nosotros a Jesús, e inducir a los demás a seguirle también. Debemos ser conscientes que nuestra labor es ser levadura en la masa, ejemplo y testimonio en la sociedad, y no guardarnos nuestra fe para nosotros. Estamos llamados a buscar ocasiones para anunciar a Cristo y a trasmitir la fe.
Los primeros cristianos fueron muy conscientes de su misión de evangelizar con sus actividades, siguiente así el mandato misionero de Jesús: “Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). Así, el Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra.
En la sociedad actual, cada uno de nosotros estamos llamados a compartir la alegría del Evangelio, de saber que Dios está presente en cada uno de nosotros. La finalidad es que los demás encuentren a Dios en nuestro corazón, siendo ejemplo de Jesús con nuestras acciones. Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los que nos rodean.
Pero nuestro ejemplo como laicos debe hacerse de una manera sencilla y humilde dentro de la Iglesia, sin vivir de manera protagonista con nuestros actos. La labor del laico es cumplir con el compromiso adquirido en el Bautismo y la Confirmación, pero sin excederse en sus funciones. Hay que tener en cuenta que la función del laico es diferente a la del clero, aunque también desempañe labores dentro de la Iglesia. Su misión se debe dar especialmente en otros ámbitos en los que él está inmerso, sobre todo la familia, el trabajo y, en definitiva, todas las relaciones en las que se ve envuelto en su cotidianidad.
Para terminar, quiero hacer referencia al del Concilio Vaticano II, de la Constitución "Lumen Gentium 31 y Gaudium et spes 43" lo siguiente:
"A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios."
"El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico.  Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la propia vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de nuestra época.”
Como resumen a lo dicho me parece oportuno citar a ChL33: “Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.
Leemos en un texto límpido y denso de significado del Concilio Vaticano II: «Como partícipes del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey, los laicos tienen su parte activa en la vida y en la acción de la Iglesia (...). Alimentados por la activa participación en la vida litúrgica de la propia comunidad, participan con diligencia en las obras apostólicas de la misma; conducen a la Iglesia a los hombres que quizás viven alejados de Ella; cooperan con empeño en comunicar la palabra de Dios, especialmente mediante la enseñanza del catecismo; poniendo a disposición su competencia, hacen más eficaz la cura de almas y también la administración de los bienes de la Iglesia».
Es en la evangelización donde se concentra y se despliega la entera misión de la Iglesia, cuyo caminar en la historia avanza movido por la gracia y el mandato de Jesucristo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15); «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). «Evangelizar —ha escrito Pablo VI— es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda».
Por la evangelización la Iglesia es construida y plasmada como comunidad de fe; más precisamente, como comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana. En efecto, la «buena nueva» tiende a suscitar en el corazón y en la vida del hombre la conversión y la adhesión personal a Jesucristo Salvador y Señor; dispone al Bautismo y a la Eucaristía y se consolida en el propósito y en la realización de la nueva vida según el Espíritu.
En verdad, el imperativo de Jesús: «Id y predicad el Evangelio» mantiene siempre vivo su valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer. Sin embargo, la actual situación, no sólo del mundo, sino también de tantas partes de la Iglesia, exige absolutamente que la palabra de Cristo reciba una obediencia más rápida y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona; ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9, 16).”

Maximiliano García Folgueiras

1 comentario:

  1. Y es verdad estáis elegidos por Dios y tenéis esa fuerza del Espiru Santo para darnos la gracia Divina que es nuestra salvación. Sin vosotros que seríamos??uh
    Gracias por todo lo que nos transmitís.
    El Santo Evangelio, vuestro cansancio y toda vuestra vida.
    Para gloria de Dios.

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