jueves, 10 de septiembre de 2015

No a nosotros la gloria


No a nosotros Señor, sino a tu nombre sea dada la gloria

“Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la gracia de Dios. El que toma la palabra, que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo” (1Ped 4,10-11).
Qué gran Palabra y qué bueno es Dios. No me cabe otra forma de expresar esta lectura del apóstol Pedro.
El Señor, nos pide en esta lectura ser administradores de su gracia. Pero ¿Cómo se es administrador? No con papeles, no con cuentas, no con despachos, poniéndose al servicio. Es decir, administrar sirviendo, y ¿sirviendo a quién? A los demás, a las personas y no a las instituciones ni a los cargos. Poniéndonos como los últimos para llevar a los demás al encuentro con Cristo. Esto es ser un verdadero administrador de la gracia de Dios.
Algo, muy importante en el administrar la gracia de Dios, es ponerse en las manos de Dios. Es saber escuchar y saber realizar la misión que Dios nos encomienda en cada momento, allá donde estemos. Ser administrador de la gracia de Dios es ponerse al servicio de Dios. Esto da miedo si lo pensamos humanamente. Pero Dios nos da su gracia y sus dones para realizarlo. De ahí que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que ha recibido. Sólo de esta manera seremos administradores. Si procuramos ser administradores en los despachos, con los papeles y con las cuentas, ¿A quién servimos? ¿A Dios o a los papeles?. Dios quiere que le sirvamos a Él. Y para ello, escucharle y llevar su amor a los demás. La meta de nuestro servicio, no es la fama, el honor y la gloria, sino que Dios sea glorificado en todo.
No dejemos llevarnos por las tentaciones humanas, y sigamos el mandato de amor de Cristo, sirviendo a los hombres y llevándoles a la plenitud de sus vidas en el encuentro con el Señor. No a nosotros, Señor, no a nosotros sea dada la Gloria, sino siempre a tu nombre.

Maximiliano García Folgueiras

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