No
a nosotros Señor, sino a tu nombre sea dada la gloria
“Que
cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como
buenos administradores de la gracia de Dios. El que toma la palabra, que hable
palabra de Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del
encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de
Jesucristo” (1Ped 4,10-11).
Qué gran Palabra y qué
bueno es Dios. No me cabe otra forma de expresar esta lectura del apóstol
Pedro.
El Señor, nos pide en
esta lectura ser administradores de su gracia. Pero ¿Cómo se es administrador?
No con papeles, no con cuentas, no con despachos, poniéndose al servicio. Es
decir, administrar sirviendo, y ¿sirviendo a quién? A los demás, a las personas
y no a las instituciones ni a los cargos. Poniéndonos como los últimos para
llevar a los demás al encuentro con Cristo. Esto es ser un verdadero
administrador de la gracia de Dios.
Algo, muy importante en
el administrar la gracia de Dios, es ponerse en las manos de Dios. Es saber
escuchar y saber realizar la misión que Dios nos encomienda en cada momento,
allá donde estemos. Ser administrador de la gracia de Dios es ponerse al
servicio de Dios. Esto da miedo si lo pensamos humanamente. Pero Dios nos da su
gracia y sus dones para realizarlo. De ahí que cada uno ponga al servicio de
los demás los dones que ha recibido. Sólo de esta manera seremos
administradores. Si procuramos ser administradores en los despachos, con los
papeles y con las cuentas, ¿A quién servimos? ¿A Dios o a los papeles?. Dios
quiere que le sirvamos a Él. Y para ello, escucharle y llevar su amor a los
demás. La meta de nuestro servicio, no es la fama, el honor y la gloria, sino
que Dios sea glorificado en todo.
No dejemos llevarnos por
las tentaciones humanas, y sigamos el mandato de amor de Cristo, sirviendo a
los hombres y llevándoles a la plenitud de sus vidas en el encuentro con el
Señor. No a nosotros, Señor, no a nosotros sea dada la Gloria, sino siempre a
tu nombre.
Maximiliano
García Folgueiras
Si, es un regalo del cielo a quien Dios se lo quiere dar.
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