En nuestra vida se hace muy necesario el pararse de todas las prisas que llevamos habitualmente. Es necesario reflexionar sobre lo que ocurre a nuestro alrededor y no vivir como si fuésemos ajenos a lo externo. Hoy más que nunca urge saber dar una mirada creyente y esperanzadora ante un mundo en crisis. Nos disponemos a ofrecer una serie de reflexiones que nos ayuden a descubrir lo que hay a nuestro lado y dar una respuesta creyente y comprometida ante las distintas situaciones.
Dios en su inmenso amor quiso hacerse hombre para compartirlo todo con nosotros. Se quiso poner en nuestras manos, como un bebe, para que le mostrásemos nuestros cuidados y nuestra ternura. Después es Él quien nos acoge y nos abraza para levantarnos y guiarnos hacía la vida que Él nos tiene prometida. Por eso, que en estas fiestas de Navidad, nuestro corazón se llene de agradecimiento a todo un Dios que ha querido hacerse pequeño para hacernos a nosotros grandes. Gratitud a todo un Dios que se ha despojado de su categoría para mostrarnos su amor y su Salvación. Vivamos estas fiestas unidos en un abrazo a nuestro Señor. El abrazo de María cuando le tuvo en brazos en Belén y en Jerusalén y el abrazo que Él nos da a todos los hombres.
Esta
cuarta y última semana del adviento, se nos invita a reflexionar sobre el
anuncio. Nos invita a mirar ese primer anuncio donde Dios hizo conocer sus
planes de salvación a José y a María. Se nos invita a mirar a María y la
disposición que ésta tuvo a raíz de tan grande mensaje. María supo aceptar aún
sin comprender. Supo aceptar aún sabiendo que tendría problemas. Supo aceptar
aunque su vida, desde ese momento, cambiase totalmente. Ella y todos los planes
que tendría sobre su vida, se veían interrumpidos por la acción de Dios que se
había fijado en ella para llevar a cabo su plan de salvación de los hombres. En
esta cuarta semana de adviento, ya inmersos en la llamada novena de la Navidad,
se nos llama a poner nuestra atención en cómo vivía María la llegada de su
Hijo, de su Señor, del Salvador de toda la humanidad. ¡Cuánta responsabilidad
para una adolescente! Esto es lo que podríamos pensar hoy, sin embargo, ella
aceptó esa responsabilidad y la trajo al mundo para que el mundo fuese feliz y
alcanzase la salvación prometida por Dios. La cuarta semana del adviento nos
hace el llamamiento a aprender de María, su docilidad, su confianza, su entrega
en un Dios que, como ella sabía y asumía, no decepciona sino que cumple todas
sus promesas, porque Dios es Fiel.
En
esta semana hay otro llamamiento que se nos hace a todos los creyentes, Aceptar
a Cristo, Luz del mundo, en nuestra vida, en nuestros hogares, en nuestras
familias, en nuestra sociedad. Dejarle un espacio a Dios que quiere habitar
entre nosotros y con nosotros. Hoy este llamamiento se hace con más fuerza aún
si cabe. En una sociedad inmersa en el consumismo, en el materialismo, cerrada,
en muchos casos, a la acción de Dios, hoy los creyentes no nos podemos esconder
y celebrar esta última semana del adviento con la ilusión, la alegría y las
ganas que puede tener una madre a punto de dar a luz. También, pensando en
estas madres a punto de dar a luz, en los últimos días suelen tener nervios,
incertidumbre e incluso, a veces, ya cierto desánimo porque no ha nacido ya.
También se nos invita a que vivamos así estos días. Que cada día de esta semana
acrecentamos nuestras ganas y nuestra ilusión de que llegue la Salvación de
Dios a nuestras vidas. Aceptar a Cristo, supone llevarlo con alegría en cada
momento, circunstancia que tenga en mi vida. Sabiendo que Cristo, como a María,
aunque nos complique en algunos momentos, nos llena de una inmensa alegría
saber que está con nosotros.
Deberíamos
ser conscientes de que Dios no tiene ninguna necesidad de complicarse, no tiene
ninguna necesidad de hacerse hombre, sin embargo, se ha fijado en la humanidad,
nos ha mirado a cada persona a los ojos y ha decidido hacerse hombre como
nosotros, ha decidido complicarse por su amor a cada uno de nosotros. Esto nos
debería llenar de un absoluto sentimiento de gratitud. Esta actitud es la que
en esta última semana deberíamos vivir como cristianos e hijos de Dios, de un
Dios que se ha fijado en nosotros y ha querido hacerse como nosotros.
En estos días tan próximos a la Navidad, nos
queda solamente esperar la gran fiesta del encuentro con Dios. Como creyentes
debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría que esta cercana
celebración representa. Todos nuestros preparativos para la fiesta de nuestro
encuentro con Dios hecho hombre debieran vivirse en este ambiente, con el firme
propósito de aceptar a Jesús en los corazones, las familias y las comunidades.
Y así prepararnos con sinceridad y gratitud a la fiesta de la Navidad, a la
fiesta del Dios con nosotros.
En esta segunda semana
del adviento, reflexionamos sobre la conversión. Si la semana pasada
examinábamos aquellas cosas que teníamos que vigilar porque nos alejaba de
Dios, en ésta debemos preguntarnos ¿Qué voy a hacer con aquellas cosas que me
alejan de Dios? ¿Me voy a quedar igual? ¿Voy a intentar cambiarlo para estar
más cerca de Dios? En definitiva, se nos pide que convirtamos aquello que nos
impide acercarnos a Dios.
Esta conversión la hacemos desde la llamada que en esta
semana nos hace Juan el Bautista, el precursor del Señor. Él nos dice que
preparemos los caminos porque Jesús se acerca y llega. Debemos pensar cómo nos
estamos preparando a esta llegada. Si realmente estamos allanando el camino,
quitando aquello que estorba y mancha nuestra alma, o si, por el contrario,
estamos impasibles, actuando como si nada fuese a suceder.
En la conversión que se nos pide esta semana, se nos pide
que, una vez examinadas las cosas que me alejan de Dios, ahora realice un acto
de fe. Si como creyente Dios lo es todo para mí. Si como creyente quiero que
Dios se acerque a mi vida y la transforme, entonces, yo debo hacer un acto de
fe y un acto de voluntad. Tengo que salir de mi mismo, de mis comodidades, de
mis aposentos, y salir al camino de mi vida, para ponerme a recolocar aquello
que está desordenado. ¿Qué está desordenado en mi vida? Aquello que responda
debo ponerlo a la luz del Señor, reconocerme que soy débil y pecador. Reconocer
que soy frágil y caigo en continuas tentaciones. Que muchas veces miro a otros
lugares en vez de hacía dónde viene el Señor. He de reconocer, que muchas veces
prefiero hacer el camino de los demás, en vez del mío propio, porque pienso que
es más fácil o llevadero. Pero Dios nos ha puesto a cada uno nuestro camino, el
que más nos conviene, el mejor para nosotros. Y es ese camino el que debemos
allanar, es el camino que nos pide Juan el Bautista que debemos aligerar de
tantas cosas con que lo llenamos, que no dejamos lugar a que Dios se acerque a
nuestra vida.
¿Cómo puedo preparar el camino y allanar el sendero? Una
vez reconocido mi pecado, pidiendo perdón. Dios que se acerca a nosotros, está
deseando que limpiemos nuestra vida de lo que nos separa de Él. Él viene a
estar con nosotros. Él viene porque se ha fijado en nosotros, y quiere compartir
en todo, nuestra condición humana, salvo en el pecado. Por eso Él quiere que
nos abramos a su gracia, a su amor, a su misericordia. Dios nos está esperando
para decirnos a cada uno “yo te absuelvo de todos tus pecados” y “te doy una
nueva oportunidad, vete y no peques más”. Dios ya lo ha pensado todo para que
nos preparemos a su llegada. Quiere que lo acojamos de la mejor de las maneras.
Quiere que cuando Él se presente, estemos lo más preparados posibles, para que
nos presentemos, como reza la liturgia “santos, entre los santos del cielo”.
Que buena oportunidad ésta que nos da ahora el Señor, para que pidamos perdón y
nos reconciliemos con Él. Limpiar nuestro corazón y recomenzar de nuevo nuestra
vida creyente apostando firmemente por el Dios nuestro Salvador.
Comienza el adviento, un
momento en el que la Iglesia nos invita a preparar nuestro corazón a ese
recuerdo tierno y maravilloso que hizo posible nuestra Salvación. Dios se fijó
en la obra maravillosa de su creación, vio cómo se estaba deteriorando y
decidió mostrarnos el camino a seguir de la mejor manera que podía hacerlo,
haciéndose uno de nosotros, igual en todo menos en el pecado. Esta
manifestación, esta Revelación de Dios es la que recordamos en los días de
Navidad, que nos recuerdan que, si Ya Dios se hizo presente entre nosotros una
vez, al final de los tiempos, volverá en Gloria y Majestad, para llevarnos con
él en la Salvación definitiva. Todo esto tan esperanzador para el creyente, es
lo que celebramos en este tiempo especial que se nos invita a vivir, el
adviento.
Una pregunta que nos
surge como personas es la de “cuándo será eso”. El ser humano, por naturaleza
suele ser impaciente, y lo quiere todo de la manera más inmediata. De esto
también se valen muchos de los productos que nos venden hoy, para hacer las
cosas más rápido y con más eficiencia. Pero los planes de Dios no son los del
hombre, la metodología de Dios no es la del hombre. Y la eficiencia de Dios es
mucho mayor que la del hombre. Dios nos asegura que “no sabemos el momento”,
nos mantiene como en esa tensión que tenemos cuando vemos una serie de
televisión y antes de que acabe queremos saber el final porque no soportamos la
tensión. Es una tensión que nos mantiene atentos a los sucesos que se van dando
y que nos dan pistas para el final. En el fondo esto es lo que hace Dios, nos
va dando pistas y pruebas de su amor, de su misericordia, de su presencia, pero
no nos dice cuándo llegará, pero lo que sabemos es que llegará. Y lo que nos
pide es que mantengamos esta tensión, esta vigilancia atenta mirando los
acontecimientos de nuestra vida y descubriendo en ellos las pruebas de Dios.
No saber el momento nos
lleva a tener que tomar decisiones. ¿Cómo queremos vivir esta espera? Podemos
pensar que esta espera será demasiado larga, entonces me puedo despistar en mis
cosas, en mis afanes, en mis intereses, y no estar atento de si llega o no el
momento, como las necias del evangelio. Por otro lado, podemos pensar que puede
llegar cuanto antes, por lo que vivimos con miedo a ese momento, nos paraliza y
nos impide ser libres y felices, esto queda preguntarnos, ¿Cuál es la espera
que quiere Dios de nosotros? ¿Qué vigilancia nos pide hacer? Pues una
vigilancia parecida a la de un guardia, que emplea todo lo necesario para
mantener seguro el cuartel. Así ha de ser nuestra vigilancia, emplear todo lo
que tenemos a nuestro alcance para mantener segura nuestra alma. ¿Qué podemos
emplear? Es lo que nos va a ir enseñando, semana tras semana, este tiempo de
adviento. Además de las ya sabidas como la oración y los sacramentos.
La vigilancia es lo
primero que se nos pide. La vigilancia como preparación para el regreso del
Señor. Vigilar contra todo aquello que nos tienta y nos hace caer en el mal. En
definitiva, vigilar todo aquello que de una u otra manera nos aleja de Dios.
Pongamos todos nuestros
empeños, en esta semana primera de adviento en vigilar. Para vigilar, primero
he de saber cuáles son los puntos más débiles que hay en mi vida, para ponerlo
una mayor vigilancia. Para esto, se me exige hacer un examen de conciencia, ver
cómo está mi vida ante Dios, reflexionar cómo estoy esperando la Salvación que
Dios me promete. Y después, ver todo aquello que podría estar haciéndolo mejor,
y poner todos mis anhelos, mis esperanzas y mis ilusiones en mejorar esos
aspectos. Manteniendo la vela de mi fe, la luz de mi alma encendida, para que
cuando llegue el Señor me encuentre en condiciones para pasar al Banquete
Eterno de la Salvación.
¿Quién ha dicho que el
camino del cristiano es fácil? Nadie nos dijo que fuera a ser fácil. De hecho
Jesús ya nos hablaba de las pruebas y de la radicalidad que conlleva seguirle.
Él nos dejó dicho que “no había madriguera donde el Hijo de Dios reclinase la
cabeza” y en otro lugar nos invita a dejarlo todo y a fiarnos de la más
absoluta providencia.
Sabiendo la radicalidad
del seguimiento cristiano, muchos habremos podido comprobar cómo a lo largo de
la vida atravesamos momentos difíciles y de prueba. En esos momentos podemos
pensar de una manera inminentemente pesimista, donde el problema, o la
situación que sea es tan terrible que no vamos a poder solucionar nada. O por
el contrario podemos mirar ese momento como un momento de crecimiento, tanto
como persona como creyente. Si lo miramos de esta segunda manera, lo más
probable es que nos agarremos a Dios y le pidamos la fuerza para superar ese
momento o esa situación. Como se dice popularmente “nos agarramos a un clavo
ardiendo”. Ese “clavo ardiendo” en el ámbito de la fe es Dios mismo. Si nos
agarramos a él, veremos cómo nos da la fuerza necesaria para ese momento. La
sabiduría popular ya decía “Dios aprieta pero no ahoga” o “Dios escribe recto
en renglones torcidos”. En el fondo ya se está diciendo que ante los distintos
momentos que atravesemos en la vida, no estamos exentos de la mirada de Dios,
que en todo momento, por su infinito amor, querrá darnos las herramientas, que
en ese momento necesitemos. Así es como se entiende que nuestras fuerzas se
multiplican. No porque nosotros hagamos más de lo que podemos, sino porque Dios
nos da su gracia, su sabiduría, su fortaleza. “Dios es la Roca que nos salva”.
Es de esta manera en como el creyente coge confianza en Dios y ésta le da
esperanza en que todo momento, en que toda situación es pasajera, pues con Dios
lo podemos todo. “Si Dios está con nosotros, entonces, quién contra nosotros”.
Esta es la gran esperanza cristiana y el motivo que tiene el cristiano para
afrontar, con la cabeza alta, cualquier situación por la que atraviese. Es
verdad, nunca podremos abandonar nuestra condición humana, y como tal, nos
viene el cansancio, el desánimo, la desesperanza, etc. Todo esto no hace sino
mirar el futuro de una manera más oscura y difícil. Nos paraliza y nos impide
avanzar. Pero debemos preguntarnos, ¿es esto lo que Dios quiere? ¿Es esto lo
que yo quiero? Si no es lo que yo quiero, ¿Qué soluciones pongo? Probablemente
ya lo has intentado todo y nada ha dado resultado, entonces, es porque quizá la
solución no esté en ti. Entonces acepta esta realidad, y busca la solución en
aquel que puede dártela, Dios nuestro Señor y nuestro Salvador. Es aquí donde
reside nuestra victoria, una victoria que no es nuestra sino de nuestro Dios.
Que hace posible lo que parecía imposible, porque para nuestro Dios “no hay
nada imposible”. Y con esta esperanza es con la que podemos gritar con fuerte
fe que “cuando más grande sea la prueba, más grande será la gloria”. Entonces
cabe que me pregunte cómo vivo las distintas situaciones de la vida. Cómo
afronto la realidad que me toca en cada momento. En todas esas situaciones y
momentos, como creyente se me pide una cosa, mirar a Dios, confiar en que con
él “el yugo es llevadero y la carga ligera”, pensar que él está conmigo y no me
abandona. Tener esperanza en que con Dios todo es posible.
Hoy es domingo, día de celebrar nuestra fe junto con
nuestra comunidad, recordando el inmenso amor de Dios, que entregó a su propio
hijo para nuestra salvación. Pero en este día tan importante Dios nos pone
delante el interrogante por nuestra oración.
El evangelio de hoy comienza hablando de esas personas
que tienen tanta confianza en sí mismo que desprecian a los que son como él. Sin
embargo, según el evangelio, pueden ser personas con una aparente vida
espiritual activa. Puesto que el fariseo va al templo a orar. ¿Cómo es posible
que una persona que hace oración desprecie a los demás? Desgraciadamente muchos podríamos pensar que
eso sucede. Y de hecho nos damos cuenta del poco testimonio cristiano que esas
personas dan. Incluso podemos pensar que, si Dios habla y desea el bien y el
amor, ¿de dónde salen algunos desprecios? Quizá la respuesta a esto está en la
clave del evangelio de hoy. ¿cómo es la oración? El problema no está en hacer
oración, sino en cómo la hacemos. Para ello, nos tenemos que fijar en los dos
tipos de oración que el evangelio nos propone.
El fariseo hace una oración donde lo que predomina es
el “yo”. Habla de todo lo bueno que hace y de lo bien que lo hace. Su única
oración es engordar su ego, su soberbia y su orgullo. Éste cuando salió del
templo, ¿cómo salió? Seguramente igual que entro, o con una dosis especial de
orgullo y soberbia más en su interior. Pero cabe preguntarnos, ¿es esta la
oración que Dios quiere? Dios quiere que acudamos a él a escuchar su Palabra.
Que nos llenemos de él, como en otro lugar del evangelio María se puso a los
pies del Señor. Dios quiere que derramemos nuestros bienes en sus pies, como
aquella pecadora ante la visita de su Señor. Este fariseo lo único que hizo fue
justificarse ante Dios de sus acciones, pero no escuchó a Dios y no salió
justificado del templo. Aquél publicano hizo la oración del “tú “. Miró a Dios.
No se miraba a él mismo. Miraba a Dios y desde ahí reconocía su pecado, su
limitación, su pobreza. Pero pedía llenar todos sus vacíos de aquél que los
podía llenar. Y Dios que es justo y bondadoso, escuchó la plegaria del
publicano y por ello salió justificado.
¿Cómo queremos salir nosotros de nuestros templos? ¿Cómo
queremos vivir nuestra vida cristiana? Como cristianos estamos llamados a la
salvación que Dios nos promete. Por ello, debemos mirar hacía donde está
nuestra salvación, en Dios. Nuestros ojos se deben dirigir a él y reconocer
nuestra pequeñez para que él nos haga grandes. Reconocer a nuestro Dios como
aquél que llena nuestra vida y la da sentido. Hagamos hoy y siempre la “oración
del tú”.
a.Reírse de las imperfecciones de los demás, como
si fuera el mejor de los espectáculos.
b.Cuando presentan a Nick Vujicic.
i.Perversión de la naturaleza-
ii.Hombre si se le puede llamar así.
iii.Dios le dio la espalda.
c.Nick Vujicic ha escuchado tantas veces su
presentación que cuando alguien se acerca a él y le ve como alguien
maravilloso, no se lo cree. Él piensa que su vida sólo vale para que se rían de
él.
2.Circo
de las mariposas.
a.Se acepta a cada uno tal como es.
b.Se es feliz aceptando a cada uno y aprovechando
las cualidades que tienen.
c.Nick Vujicic piensa que no puede hacer nada por
si mismo, y por lo tanto no puede participar en el circo de las mariposas,
porque no tiene cualidades que mostrar a los demás.
d.En Nick se confía y se le hace ver que “cuanto
mayor es la prueba, mayor es la gloria”.
e.La confianza que tienen en Nick, hace que él sea
capaz de empezar a confiar en sí mismo.
i.No le ayudan para atravesar el río. Él no se
cree capaz de cruzar por sí solo, y pide ayuda.
ii.Como no le ayudan, lo intenta, pero se cae. Él
vuelve a pensar que no puede, que por intentarlo se ha caído. Y se queda en el
suelo pidiendo ayuda para que le levanten. Pero de nuevo no le ayudan. Confían
en que se podrá levantar solo. Ante esa nueva muestra de confianza se intenta
levantar y lo consigue. No ha necesitado a nadie para levantarse. Esto le
empieza a dar confianza en si mismo.
iii.Esa confianza en sí mismo, le lleva a intentar
cruzar el río por si solo, sin ayuda, ya no la vuelve a pedir. En ese intento
de cruzar, se vuelve a caer. Pero ya tiene confianza en sí mismo. Y lo que hace
es intentar salir solo. Los demás, que confían en él, no le olvidan, y miran
dónde está. Cuando ven que se ha caído al agua, se preocupan y van a buscarlo.
La confianza que tiene Nick en sí mismo, le hace salir del agua, de aquello que
le ahoga. Y cuando esta vez, si intentan cogerlo, es entonces cuando él dice
que le dejen, que puede hacerlo solo.
f.Nick ya ha aprendido a confiar en sí mismo. Ya
está preparado para actuar en el circo de las mariposas. Ya ve que tiene
cualidades que mostrar a los demás. Esto hace que sea una de las más atrayentes
acciones en el circo.
g.Cuando Nick consigue salir victorioso de su
número, ve como mucha gente se acerca a él. Ve como muchas personas en
situaciones difíciles ven que hay una esperanza para salir adelante.
¿Quién no ha hecho alguna
vez una marcha? Cuando uno camina por largo tiempo, sabe que en la mochila debe
llevar poco peso, pues al paso del tiempo, la carga se va haciendo cada vez más
pesada y el cansancio es más fuerte. De ahí que los expertos en marchas, en
escalada, y en cualquier deporte que requiera esfuerzo, pero llevar una carga a
la espalda, recomienda que esa carga sea la más pequeña posible.
Esta realidad es la que
hace patente el Señor hoy. El Señor nos habla del seguimiento, del camino que
hay que realizar para estar con él. Y ya nos adelanta que no llevemos mucha
carga, que vayamos ligeros y así llegaremos mejor al final.
El Señor nos promete la
salvación, esa que ya anunciaron los profetas y que sin embargo ellos no la
vieron. Murieron con la esperanza de que esa salvación de Dios llegase en algún
momento y también fuese para ellos. Hoy nosotros ya no tenemos que esperar.
Dios, en su Hijo Jesucristo, ya nos ha mostrado la Salvación. Pero esa
salvación que nos da Jesucristo, pide algo de nosotros. Nos pide que no nos
amoldemos ni nos acomodemos a la vida pasada. Nos pide que tengamos una vida
activa, que lo del pasado está muy bien, pero pasado es, que ya no lo
volveremos a vivir, y que hoy nos toca una nueva realidad que afrontar y vivir
con intensidad. Esa nueva realidad es la llamada que se nos hace a la Santidad.
No podemos pensar que eso es sólo para algunos privilegiados, sino que es para
todos. La santidad no es hacer milagros o ser una persona muy piadosa, o
dedicar mucho tiempo a la oración. Ser santo es dedicar mi vida diaria al
Señor, no dejar de hacer las cosas que hago cada día, pero siempre teniendo al
Señor presente en cada una de ellas. Ser santo es vivir consciente de la
presencia de Dios en nuestras vidas. En definitiva, ser santo, es seguir
fielmente a Cristo. Esta debe ser nuestra acción diaria como cristianos, seguir
a Cristo. Sabemos que es difícil, pero no imposible. Sabemos que Jesús ya lo
pasó mal, que sus apóstoles y que muchos otros seguidores suyos sufrieron el
martirio en ese seguimiento. Hoy sabemos que seguir a Cristo es algo que parece
estar fuera de lugar y pasado de moda. Pero a pesar de esas dificultades
sabemos dónde está la victoria. Cristo murió, sí. Pero no fue una derrota, sino
el comienzo de su glorificación en la Resurrección. Los mártires murieron, pero
no fueron derrotados, sino que su sangre ha hecho posible la conversión de
multitud de cristianos, entre otros, el conocido San Pablo. Todos esos
sufrimientos y dificultades que se pueden llegar a pasar por seguir a Cristo
tienen una recompensa mayor, que lo convierte en una victoria. El Señor nos lo
recuerda hoy, que él nos dará el 101% y la Vida Eterna. En este seguimiento, la
primera dificultad que surge, normalmente, es dejar lo que tengo y como estoy
viviendo, para vivir una vida más dedicada al Señor y más comprometida con mi
fe. Quizás esto implique dejar alguna cosa que hoy pueda considerar
imprescindible para mi vida. Pero para vivir la fe en plenitud sólo una cosa es
necesaria, el amor a Dios y a los hombres. Jesús nos enseña a que tenemos que
desprendernos de cosas, Jesús nos enseña a que ese desprendimiento sea para
llenarnos de su amor y así, como dice San Pablo, recorrer la vida para alcanzar
la meta que Dios nos promete, la meta de la Salvación y de la Vida.