¿Quién no ha hecho alguna
vez una marcha? Cuando uno camina por largo tiempo, sabe que en la mochila debe
llevar poco peso, pues al paso del tiempo, la carga se va haciendo cada vez más
pesada y el cansancio es más fuerte. De ahí que los expertos en marchas, en
escalada, y en cualquier deporte que requiera esfuerzo, pero llevar una carga a
la espalda, recomienda que esa carga sea la más pequeña posible.
Esta realidad es la que
hace patente el Señor hoy. El Señor nos habla del seguimiento, del camino que
hay que realizar para estar con él. Y ya nos adelanta que no llevemos mucha
carga, que vayamos ligeros y así llegaremos mejor al final.
El Señor nos promete la
salvación, esa que ya anunciaron los profetas y que sin embargo ellos no la
vieron. Murieron con la esperanza de que esa salvación de Dios llegase en algún
momento y también fuese para ellos. Hoy nosotros ya no tenemos que esperar.
Dios, en su Hijo Jesucristo, ya nos ha mostrado la Salvación. Pero esa
salvación que nos da Jesucristo, pide algo de nosotros. Nos pide que no nos
amoldemos ni nos acomodemos a la vida pasada. Nos pide que tengamos una vida
activa, que lo del pasado está muy bien, pero pasado es, que ya no lo
volveremos a vivir, y que hoy nos toca una nueva realidad que afrontar y vivir
con intensidad. Esa nueva realidad es la llamada que se nos hace a la Santidad.
No podemos pensar que eso es sólo para algunos privilegiados, sino que es para
todos. La santidad no es hacer milagros o ser una persona muy piadosa, o
dedicar mucho tiempo a la oración. Ser santo es dedicar mi vida diaria al
Señor, no dejar de hacer las cosas que hago cada día, pero siempre teniendo al
Señor presente en cada una de ellas. Ser santo es vivir consciente de la
presencia de Dios en nuestras vidas. En definitiva, ser santo, es seguir
fielmente a Cristo. Esta debe ser nuestra acción diaria como cristianos, seguir
a Cristo. Sabemos que es difícil, pero no imposible. Sabemos que Jesús ya lo
pasó mal, que sus apóstoles y que muchos otros seguidores suyos sufrieron el
martirio en ese seguimiento. Hoy sabemos que seguir a Cristo es algo que parece
estar fuera de lugar y pasado de moda. Pero a pesar de esas dificultades
sabemos dónde está la victoria. Cristo murió, sí. Pero no fue una derrota, sino
el comienzo de su glorificación en la Resurrección. Los mártires murieron, pero
no fueron derrotados, sino que su sangre ha hecho posible la conversión de
multitud de cristianos, entre otros, el conocido San Pablo. Todos esos
sufrimientos y dificultades que se pueden llegar a pasar por seguir a Cristo
tienen una recompensa mayor, que lo convierte en una victoria. El Señor nos lo
recuerda hoy, que él nos dará el 101% y la Vida Eterna. En este seguimiento, la
primera dificultad que surge, normalmente, es dejar lo que tengo y como estoy
viviendo, para vivir una vida más dedicada al Señor y más comprometida con mi
fe. Quizás esto implique dejar alguna cosa que hoy pueda considerar
imprescindible para mi vida. Pero para vivir la fe en plenitud sólo una cosa es
necesaria, el amor a Dios y a los hombres. Jesús nos enseña a que tenemos que
desprendernos de cosas, Jesús nos enseña a que ese desprendimiento sea para
llenarnos de su amor y así, como dice San Pablo, recorrer la vida para alcanzar
la meta que Dios nos promete, la meta de la Salvación y de la Vida.
Maximiliano García
Folgueiras
Entiendo que son almas que se consagran al Señor, con su amor renuncian a todo para salvar nuestras almas. Gracias por darnos vuestro amor.
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