sábado, 12 de marzo de 2016

Quinta Semana de Cuaresma 2016


El Amor es aquello que nos engrandece como personas, aquello por lo que merece la pena entregarse y desgastarse. Queremos amar sin medida, como lo hizo Jesús en la cruz. Queremos darnos desde la grandeza de lo que somos.[1]
En esta quinta semana de cuaresma estamos llamados a hacernos una pregunta: ¿Quiénes somos nosotros que hemos merecido la Sangre de Cristo? ¿Qué somos nosotros para recibir tanto amor de Dios, que se entrega hasta la muerte por nosotros? Hemos de ser conscientes de que el amor nos engrandece y nos dignifica como personas. Estamos llamados a vivir del amor de Dios, a entregar ese amor a los demás, para hacer grande y digna la sociedad que nos rodea. Hemos de vivir por y para el amor. Hemos de entregarnos y desgastarnos, a ejemplo de Jesucristo, derrochando el amor que él nos da.
El Domingo, La catequesis de la liturgia nos dice que “Jesús se presentó y todos acudían a él”; Jesús se hace presente entre todos. Esta es la verdad del Evangelio y de nuestra fe. Jesús se hace presente con su Palabra, en los sacramentos, en el prójimo, en el pobre, en el enfermo, en cada situación de la vida. Hemos de estar atentos a esa presencia de Dios entre todos nosotros. Esa presencia exige de nosotros una respuesta, que no siempre es fácil o no siempre es cómoda. Esa respuesta exige estar con Él, escucharle y aprender de Él. Aunque en el evangelio vemos como esa presencia, algunos también la usan para ponerle a prueba y traicionarle. Nuestra respuesta creyente, esa dar respuesta a la acción de Dios con nuestra vida, fijándonos en Él y alimentándonos de Él cada día. En este domingo también se nos enseña el peligro que tiene juzgar el pecado de los demás, sin pensar en el pecado propio. Jesús nos dice “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” y en otro lugar del evangelio “Antes de quitar la paja en el ojo ajeno, quítate la viga que llevas en el tuyo”. Esto nos lleva a preguntarnos sobre nuestra prudencia. Nos hemos de preguntar si nos creemos mejores que los demás, si pensamos que nos merecemos más que el otro. Y el Señor, nos invita a mirarle a Él y nos pregunta directamente «¿Quién se merece más, vosotros o yo?» ante la más que probable respuesta que daríamos «tú» entonces el Señor nos enseña la cruz y nos recuerda «pues mira dónde terminé». La injusticia del hombre siempre está presente. Hemos de aprender a ser justos ante los demás. Hemos de reconocer que nosotros también somos culpables. Hemos de reconocer que, en cuestión de pecado, nadie está libre y por tanto nadie es digno de juzgar a nadie. ¿Cómo somos capaces de condenar el pecado del otro si no condenamos el nuestro? No podemos ser jueces de algo en lo que nosotros también somos cómplices y culpables. Ante esta realidad, el Señor nos muestra su perdón. Es un perdón que salva, es un perdón que libera, es un perdón que nos da la oportunidad, como a la mujer pecadora, de levantarnos y de mirar al Señor, cara a cara. En esa mirada, escuchar como de sus labios sale un “tampoco yo te condeno”. Tampoco nos condena, porque ya ha pagado el precio de nuestro pecado en la cruz. No nos condena porque ya ha dicho “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. No nos condena, porque nos ofrece sus manos traspasadas por los clavos de la cruz para levantarnos, rescatarnos y ponernos de nuevo en camino, de una manera decidida, a caminar por la senda del Señor que es el camino de la Salvación.
El lunes el Señor nos dice: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas”. Se nos está invitando a ser conscientes de que vivir en pecado es como caminar en tinieblas, donde se está inseguro, se tropieza, se cae, se golpea y se sufre. Aunque hay un peligro de acostumbrarse a esa oscuridad y llegar a poder sentirse cómodos es esa oscuridad. Pero esto no quita a que la luz no exista y que siempre es más poderosa que la tiniebla, por pequeña que sea la luz, siempre sobresale sobre la oscuridad y nos ayuda a no tropezar, a caminar más seguros. Esa luz, el Señor nos afirma que es Él mismo que se nos ofrece para que caminemos en Él por el camino de la verdad y de la justicia. Sólo caminando en la luz podemos dar testimonio de ésta.
El martes nos dice Jesús “yo me voy y me buscaréis”. El Señor sigue insistiendo en su invitación a ir con Él, a no esperar que sea demasiado tarde. Pienso que muchas veces dejamos para el final las oportunidades que se nos ofrecen y al final, cuando ya no hay tiempo ni posibilidad, decidimos. El Señor nos aconseja que estemos con Él, que le busquemos “aquí y ahora”, que le sigamos en este momento donde estemos y cómo estemos. Que es ahora cuando tenemos la oportunidad de abrazar la Vida que Cristo nos ofrece. El Señor nos pide buscar aquí y ahora al Señor para abrazar la vida real que nos ofrece.
El miércoles sigue insistiendo en que nos quedemos con Él, en que seamos fieles a Él, en que nos mantengamos en su palabra, de esta forma podremos ser verdaderos discípulos suyos, que vivamos en la verdad que es Él y que nos hace libres de toda esclavitud.
El jueves, Jesucristo nos recuerda que guardar su Palabra es gozar de la vida plena que nos da. María “guardaba todas las cosas en el corazón”. Siguiendo el ejemplo y el modelo dela Virgen, hemos de ser personas que guardemos la Palabra del Señor en el corazón. Hemos de ser personas de Palabra, gozarnos de su Palabra, vivir su Palabra y testimoniar su Palabra.
El viernes, se nos enseña que la Palabra de Dios, no la podemos guardar sin que resplandezca. La Palabra de Dios, de la que debemos alimentarnos, ha de brillar en nosotros y ser el motivo principal de nuestras acciones. El mismo Jesucristo, con sus obras, daba testimonio de sus palabras. La misma constitución dogmática “Dei Verbum” nos habla de que la Palabra de Dios son “Hechos y palabras intrínsecamente unidos”. Esta ha de ser nuestra vida como creyentes: escuchar la Palabra de Dios y hacerla vida en nuestras acciones.
El sábado se nos pone de modelo a San José para que como cristianos acojamos en nuestra vida, acojamos en nuestras costumbres a María y a Jesucristo. Que sean ellos los que ocupen en primer lugar nuestro corazón de creyentes. Alimentarnos de ellos, de su ejemplo y de su palabra cada día para crecer como cristianos y madurar nuestra fe. Fiarnos del Señor ya que sus planes, quizá no coincidan con los nuestros, pero son planes de vida eterna.
El amor es la enseña de identidad del cristiano. Es darse a los demás en servicio, es ofrecerse a los demás para darles un bien. El mayor bien que podemos dar como creyentes en Jesucristo, es la vida que Él nos da y que sólo de Él proviene. Este darse a los demás es testimoniar el amor de Cristo del que nos alimentamos en su Palabra y en los sacramentos. Es hacer vida lo que él nos dice y lo que Él nos da. ¿Estás dispuesto a darte a los demás testimoniando el amor de Dios? Serás recompensado con el ciento por uno y con la Vida Eterna, ¿merece la pena, no?

FELIZ QUINTA Y ÚLTIMA SEMANA DE CUARESMA

Maximiliano García Folgueiras



[1] http://reflejosdeluz11.blogspot.com.es/

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