El Amor es aquello que nos engrandece como
personas, aquello por lo que merece la pena entregarse y desgastarse. Queremos
amar sin medida, como lo hizo Jesús en la cruz. Queremos darnos desde la
grandeza de lo que somos.[1]
En esta quinta semana de cuaresma estamos
llamados a hacernos una pregunta: ¿Quiénes somos nosotros que hemos merecido la
Sangre de Cristo? ¿Qué somos nosotros para recibir tanto amor de Dios, que se
entrega hasta la muerte por nosotros? Hemos de ser conscientes de que el amor
nos engrandece y nos dignifica como personas. Estamos llamados a vivir del amor
de Dios, a entregar ese amor a los demás, para hacer grande y digna la sociedad
que nos rodea. Hemos de vivir por y para el amor. Hemos de entregarnos y
desgastarnos, a ejemplo de Jesucristo, derrochando el amor que él nos da.
El Domingo, La catequesis de la liturgia
nos dice que “Jesús se presentó y todos
acudían a él”; Jesús se hace presente entre todos. Esta es la verdad del
Evangelio y de nuestra fe. Jesús se hace presente con su Palabra, en los
sacramentos, en el prójimo, en el pobre, en el enfermo, en cada situación de la
vida. Hemos de estar atentos a esa presencia de Dios entre todos nosotros. Esa
presencia exige de nosotros una respuesta, que no siempre es fácil o no siempre
es cómoda. Esa respuesta exige estar con Él, escucharle y aprender de Él.
Aunque en el evangelio vemos como esa presencia, algunos también la usan para
ponerle a prueba y traicionarle. Nuestra respuesta creyente, esa dar respuesta
a la acción de Dios con nuestra vida, fijándonos en Él y alimentándonos de Él
cada día. En este domingo también se nos enseña el peligro que tiene juzgar el
pecado de los demás, sin pensar en el pecado propio. Jesús nos dice “el que esté libre de pecado que tire la
primera piedra” y en otro lugar del evangelio “Antes de quitar la paja en el ojo ajeno, quítate la viga que llevas en
el tuyo”. Esto nos lleva a preguntarnos sobre nuestra prudencia. Nos hemos
de preguntar si nos creemos mejores que los demás, si pensamos que nos
merecemos más que el otro. Y el Señor, nos invita a mirarle a Él y nos pregunta
directamente «¿Quién se merece más, vosotros o yo?» ante la más que probable
respuesta que daríamos «tú» entonces el Señor nos enseña la cruz y nos recuerda
«pues mira dónde terminé». La injusticia del hombre siempre está presente.
Hemos de aprender a ser justos ante los demás. Hemos de reconocer que nosotros
también somos culpables. Hemos de reconocer que, en cuestión de pecado, nadie
está libre y por tanto nadie es digno de juzgar a nadie. ¿Cómo somos capaces de
condenar el pecado del otro si no condenamos el nuestro? No podemos ser jueces
de algo en lo que nosotros también somos cómplices y culpables. Ante esta realidad,
el Señor nos muestra su perdón. Es un perdón que salva, es un perdón que
libera, es un perdón que nos da la oportunidad, como a la mujer pecadora, de
levantarnos y de mirar al Señor, cara a cara. En esa mirada, escuchar como de
sus labios sale un “tampoco yo te condeno”.
Tampoco nos condena, porque ya ha pagado el precio de nuestro pecado en la
cruz. No nos condena porque ya ha dicho “Padre,
perdónales porque no saben lo que hacen”. No nos condena, porque nos ofrece
sus manos traspasadas por los clavos de la cruz para levantarnos, rescatarnos y
ponernos de nuevo en camino, de una manera decidida, a caminar por la senda del
Señor que es el camino de la Salvación.
El lunes el Señor nos dice: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no
camina en tinieblas”. Se nos está invitando a ser conscientes de que vivir
en pecado es como caminar en tinieblas, donde se está inseguro, se tropieza, se
cae, se golpea y se sufre. Aunque hay un peligro de acostumbrarse a esa
oscuridad y llegar a poder sentirse cómodos es esa oscuridad. Pero esto no
quita a que la luz no exista y que siempre es más poderosa que la tiniebla, por
pequeña que sea la luz, siempre sobresale sobre la oscuridad y nos ayuda a no
tropezar, a caminar más seguros. Esa luz, el Señor nos afirma que es Él mismo
que se nos ofrece para que caminemos en Él por el camino de la verdad y de la
justicia. Sólo caminando en la luz podemos dar testimonio de ésta.
El martes nos dice Jesús “yo me voy y me buscaréis”. El Señor
sigue insistiendo en su invitación a ir con Él, a no esperar que sea demasiado
tarde. Pienso que muchas veces dejamos para el final las oportunidades que se
nos ofrecen y al final, cuando ya no hay tiempo ni posibilidad, decidimos. El
Señor nos aconseja que estemos con Él, que le busquemos “aquí y ahora”, que le
sigamos en este momento donde estemos y cómo estemos. Que es ahora cuando tenemos
la oportunidad de abrazar la Vida que Cristo nos ofrece. El Señor nos pide
buscar aquí y ahora al Señor para abrazar la vida real que nos ofrece.
El miércoles sigue insistiendo en que nos
quedemos con Él, en que seamos fieles a Él, en que nos mantengamos en su
palabra, de esta forma podremos ser verdaderos discípulos suyos, que vivamos en
la verdad que es Él y que nos hace libres de toda esclavitud.
El jueves, Jesucristo nos recuerda que
guardar su Palabra es gozar de la vida plena que nos da. María “guardaba todas
las cosas en el corazón”. Siguiendo el ejemplo y el modelo dela Virgen, hemos
de ser personas que guardemos la Palabra del Señor en el corazón. Hemos de ser
personas de Palabra, gozarnos de su Palabra, vivir su Palabra y testimoniar su
Palabra.
El viernes, se nos enseña que la Palabra
de Dios, no la podemos guardar sin que resplandezca. La Palabra de Dios, de la
que debemos alimentarnos, ha de brillar en nosotros y ser el motivo principal
de nuestras acciones. El mismo Jesucristo, con sus obras, daba testimonio de
sus palabras. La misma constitución dogmática “Dei Verbum” nos habla de que la
Palabra de Dios son “Hechos y palabras intrínsecamente unidos”. Esta ha de ser
nuestra vida como creyentes: escuchar la Palabra de Dios y hacerla vida en
nuestras acciones.
El sábado se nos pone de modelo a San José
para que como cristianos acojamos en nuestra vida, acojamos en nuestras
costumbres a María y a Jesucristo. Que sean ellos los que ocupen en primer
lugar nuestro corazón de creyentes. Alimentarnos de ellos, de su ejemplo y de
su palabra cada día para crecer como cristianos y madurar nuestra fe. Fiarnos del
Señor ya que sus planes, quizá no coincidan con los nuestros, pero son planes
de vida eterna.
El amor es la enseña de identidad del
cristiano. Es darse a los demás en servicio, es ofrecerse a los demás para
darles un bien. El mayor bien que podemos dar como creyentes en Jesucristo, es
la vida que Él nos da y que sólo de Él proviene. Este darse a los demás es
testimoniar el amor de Cristo del que nos alimentamos en su Palabra y en los
sacramentos. Es hacer vida lo que él nos dice y lo que Él nos da. ¿Estás
dispuesto a darte a los demás testimoniando el amor de Dios? Serás recompensado
con el ciento por uno y con la Vida Eterna, ¿merece la pena, no?
FELIZ
QUINTA Y ÚLTIMA SEMANA DE CUARESMA
Maximiliano García Folgueiras
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