Nuestra fe nos impulsa a
comprometernos con un mundo en el que con frecuencia no reina el altruismo y la
donación. Queremos transmitir al mundo nuestro compromiso con el testimonio que
Jesús nos dejó de darnos desde la acción a los otros.[1]
En esta cuarta semana de
cuaresma, que comenzamos con el domingo Laetarae o domingo de la alegría, se
nos invita, precisamente, a que compartamos nuestra alegría. Que compartamos la
alegría del evangelio, la alegría de la fe. Que seamos unos cristianos activos,
que no esperemos ninguna oportunidad especial para compartir nuestra fe, sino
que cada momento, cada situación ya es una oportunidad real de poder compartir
la alegría que nos da sabernos hijos amados de Dios. Esta es nuestra tarea como
cristianos, tener una fe llena de obras de amor, de misericordia y de
testimonio ante los demás.
El domingo comienza con
una excelente catequesis sobre el perdón y la misericordia. Lo primero que nos
dice es que no debemos sentirnos avergonzados por querer acercarnos al Señor,
cuando nuestra vida está inmersa en el pecado. Jesús nos dice “que los publicanos y los pecadores solían
acercarse a escucharle”. Esta es la realidad, Jesús está dispuesto a acoger
a todos, pues Él ha venido a salvar a toda la humanidad, y como en otro lugar
del evangelio nos recuerda “Los sanos no
necesitan médico sino los enfermos”, y los que nos sentimos pecadores y débiles
somos los que cada vez tenemos más necesidad de estar con aquel que tiene la
solución de nuestras vidas, Jesucristo. Es verdad que esto, como nos recuerda
el mismo evangelio, también nos traerá algún que otro problema, pues no
faltaran los que nos recriminen que nos acercamos al Señor, con la vida que
llevamos pues siempre ha ocurrido que “los
fariseos y los escribas murmuraban entre ellos”. Podemos pensar que no nos
gusta la vida que llevamos, podemos opinar que estaríamos mejor en otro lugar o
llevando otra vida y, de hecho, muchas veces optamos por dejarnos llevar de
nuestras apetencias, como hizo el hijo pequeño con su padre, en el evangelio.
Pero, cuando nos separamos del Señor, suele ocurrir que nos solemos dar cuanta
del amor que Dios nos tiene, podemos llegar a recordar el mimo y el cuidado que
Dios siempre pone en nosotros, sobre todo, si una vez alejados del Señor, las
cosas no nos van mejor, sino que van a peor. Entonces, el Señor nos recuera que
pensemos “¿Cuántos jornaleros de mi padre
tienen abundancia de pan, mientras yo aquí muero de hambre?” y es porque
con el Señor, puede que las cosas no sean como nos gustan, puede que nuestra
forma de pensar cambiara muchas cosas, pero la realidad es que lo
verdaderamente importante para nuestra vida no nos falta, como es el amor y el
perdón. Es entonces, cuando, como el hijo pródigo, querremos volver al Señor,
arrepentidos. Seguramente nos da vergüenza. De hecho, yo a lo largo de mi vida,
me he encontrado personas atemorizadas o con vergüenza, por el tiempo que
llevaban alejadas del Señor y que no se atrevían a abrir su corazón, por lo que
se pudiera pensar. Hoy el Señor nos recuerda que nos está esperando, que está
deseando abrazarnos y darnos una nueva identidad como hijos suyos, que quiere
que volvamos a Él, y que no nos avergoncemos, porque a Él no le importa tanto
lo que hemos hecho, o el tiempo que hemos estado fuera, sino que volvamos a Él
para recibir su abrazo, su perdón, su amor, y su salvación. Esto también puede
traer consecuencias, pueden traer celos de otras personas, como del hijo mayor,
ese que siempre cumple con lo establecido, ese que siempre cumple con las
normas que la Iglesia tiene, ese que siempre se ha mantenido fiel ante las
circunstancias, pero que cuando viene otro, no le sabe acoger, no quiere
compartir su fe y su vida con él, de hecho, el evangelio nos dice que no quería
entrar en la casa, no quiere compartir la fe, porque ve al otro como un
obstáculo, como un rival o incluso como un aprovechado. Habría que preguntarse
entonces, ¿Cómo ha vivido la fe esta persona realmente? El Padre también va a
salir al encuentro de éste y también le va a pedir que entre en la casa, pues
lo más grande que tenemos los creyentes es compartir nuestra fe. No hacer de
nuestras iglesias o de nuestras parroquias, lugares de celos, lugares de
confrontación, lugares de rivalidad, sino como el Señor nos enseña en este
evangelio, hagamos de nuestra Iglesia, lugar de oración, de paz, de amor y de
concordia, pues en ella todos estamos llamados a vivir con plenitud.
El lunes el Señor nos
recuerda que la fe no es algo que se tenga que basar en los signos y en los
milagros. Algo que a mí me hace mucho que pensar, pues en ciertos lugares,
parece muchas veces, que es lo que busca la gente. Es verdad, que los signos y
prodigios sirven para reforzar nuestra fe, sirven para ver la grandeza de Dios
y nuestra inmensa pequeñez ante Él. Cuando yo he podido contemplar con mis ojos
la acción poderosa de Dios, sólo me queda un sentimiento de recogimiento y de
alabanza a Dios por su inmenso amor hacía nosotros. Pero si sólo basáramos
nuestra fe en estos momentos, correríamos un tremendo riesgo a pensar que si no
hay signos o prodigios es que Dios se ha olvidado de nosotros. Pues bien, el
Señor nos recuerda que Él siempre actúa en favor nuestro, de una u otra forma,
pero que su amor y su misericordia no nos abandona y que en todo momento está a
nuestro lado para que seamos testigos de su amor para con nosotros.
El martes, nos recuerda
la esperanza que debemos tener en el Señor. Sus tiempos no son los nuestros y
esta realidad suele enervarnos, pues queremos querer respuestas pronto. Pero el
Señor nos recuerda que siempre va a pasar a nuestro lado, nos recuerda que
quizás estamos poniendo nuestra esperanza en lo equivocado, en lo pasajero, en
lo erróneo. Que la solución está en Él, que no busquemos ninguna otra, pues Él
pasará a nuestro lado para llenar nuestros vacíos, nuestras necesidades y
llenarnos de su vida y de su salvación.
El miércoles nos da una
nueva catequesis de humildad en nuestro comportamiento. El mismo Jesús nos dice
“Yo no puedo hacer nada por mí mismo”.
Esto lo dice ¡Jesús! Esto lo dice ¡El Hijo de Dios! ¡Cómo nosotros podemos
pensar que lo podemos todo o casi todo? ¿Cómo podemos ser tan soberbios de
pensar que somos más que Jesús? Si Jesús nos dice “No puedo hacer por mi cuenta nada que no vea hacer al Padre” creo
que nos está dando en lo que más nos duele, en nuestros quehaceres, en nuestras
tomas de decisión, en nuestras voluntariedades. Esto también nos sirve como
criterio de discernimiento en cada situación, y no dejarnos llevar por lo que oímos,
nos interesa o incluso aquello que pensamos que nos deja más tranquilos. Si
Jesús nos aclara que Él, siendo Dios, cumplía la voluntad del Padre, aprendamos
nosotros de esta actitud y pongamos nuestra atenta escucha en lo que Dios
quiera para nosotros, así seguro que no nos equivocaremos y estaremos haciendo
a los demás partícipes del Señor con nuestro ejemplo. Probablemente, actuando
así, podamos ser impopulares, incluso algunos se nos echaran encima, “por eso los judíos tenían ganas de matar a
Jesús”. Pero esa muerte es el paso a la verdadera vida. No nos dejemos
engañar y apostemos por una vida íntegra, y busquemos la vida verdadera que
Cristo nos trae.
Siguiendo la catequesis
del miércoles, el jueves el Señor nos sigue alentando a que vayamos a Él para
tener vida y vida en plenitud. Que ir a Él significa querer renunciar a
nuestras apetencias para gozar de la vida del Señor. También este jueves nos
habla de cómo debe ser nuestro testimonio. El Señor nos dice “Si doy testimonio de mí mismo, mi
testimonio no es válido”. Esto es algo que podemos pensar que es lógico. Sin
embargo, deberíamos hacer nuestro examen de conciencia y pensar cómo es nuestro
testimonio, a quien estamos mostrando cuando actúo, cuando hablo, cuando
predico. Entonces, posiblemente, caeremos en la cuenta de que, en muchos
momentos, soy yo el que se está convirtiendo en el centro de mis acciones y de
mis palabras. Este no es el testimonio que Dios quiere que demos, Dios quiere
que le mostremos a Él en nuestras acciones y en nuestras palabras, como hizo
Juan el Bautista. Él quiere que los demás, a través de nuestro testimonio vean
un reflejo del amor de Dios. Este testimonio, no siempre será bien acogido,
pues como nos recuerda el Señor, no todos están abiertos a recibir el mensaje
de salvación que Él nos trae. Pero esto no debe ser excusa para dejar de dar
testimonio cristocéntrico. De lo contrario estaríamos dando un testimonio
egocéntrico, que de lo único que sirve es para engrosar personas a nuestro
lado. Pero nuestra tarea como cristianos, no es engrosar personas a nuestro
lado sino para Dios.
El viernes nos hablará de
la coherencia de vida. Que la personas nos reconozcan por nuestras obras. Que
no tengamos doblez y que seamos íntegros como Jesús nos enseña “A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo”.
Que todos puedan ver al Señor en nosotros, que conociéndonos y viendo nuestro
estilo de vida, los demás conozcan el nombre de Cristo y quieran adherirse a
Él.
El Sábado nos alerta de
que vivir para Él, de proclamar su nombre ante los demás, puede traer
discordia. Desgraciadamente, esto lo podemos estar observando ya en nuestra
sociedad, cuando observamos cómo quieren desacreditar una y otra vez a la
Iglesia y la Religión. Esto ya nos lo alerta Cristo, pero Él nos aliente para
seguir por el camino de la evangelización, nos alienta a seguir dando
testimonio, como tantos mártires hicieron, n el nombre de Cristo, para que su
nombre sea conocido y santificado en todos los lugares del mundo.
Esta semana, estamos exhortados
a vivir en plenitud nuestra vida. Estamos llamados a gozarnos de ser
cristianos, de sabernos amados y salvados por Dios. Y estamos convocados a
hacer a los demás partícipes de esta noticia, con nuestro testimonio activos en
cada lugar, en cada momento y a cada persona.
FELIZ CUARTA SEMANA DE
CUARESMA.
Maximiliano García
Folgueiras
No hay comentarios:
Publicar un comentario