Ofrecer lo que somos a los
demás no es sencillo, pero es altamente gratificante darse a los demás
acogiendo y aceptando a todos por igual. Es mucho el bien que podemos hacer si
salimos de nosotros mismos y nos ofrecemos a los otros.[1]
Comenzamos la tercera semana de nuestro camino cuaresmal.
En esta semana nos vamos a fijar en cómo nos damos a los demás. Cómo podemos
salir de nosotros mismos y compartir con nuestro prójimo la alegría de la Fe.
En este itinerario cuaresmal, estamos invitados a llevar a los otros nuestra
vida cristiana y así ir haciendo de nuestro entorno una parcela del Reino de
Dios.
El Domingo El Señor comenzará su catequesis de esta
semana haciéndonos una pregunta muy directa, ¿pensamos que los que tenemos al lado son más pecadores que nosotros,
por la vida que pueden llevar? Muchas veces me he encontrado personas que
juzgan a los demás, especialmente a los jóvenes, porque no se les ve en misa.
Yo siempre he pensado, que por fortuna yo si que me he encontrado muchos
jóvenes viviendo la fe con alegría. Y Siempre he respondido a esa afirmación haciendo
una pregunta “¿Quién tiene la culpa? Quizás la tengamos todos porque nosotros,
todos los que vivimos de alguna u otra manera la fe, no hemos sabido ni sabemos
transmitirla a los demás, como algo alegre y que merece la pena. A nosotros,
que somos los que tenemos la suerte de conocer a Cristo, es a los que se nos va
a exigir que demos testimonio de Él. ¿lo estamos haciendo? ¿Has pensado por un
momento en por qué esa persona a la que quizás estés juzgando sus acciones, por
qué momento está pasando? ¿Nos interesamos por esa persona y hablamos con ella?
O sólo ¿nos quedamos en la crítica y el juicio? La pregunta del Señor es muy
directa para que reflexionemos sobre nuestros juicios y nuestras críticas. De
hecho el Señor nos afirma “Si no os
convertís”. Urge en nosotros la conversión. Urge en nosotros dar fruto. El
Señor tiene paciencia con nosotros, seguirá esperando en nosotros, nos seguirá
mandando pruebas de su amor incondicional hacia nosotros, como hizo con la
Higuera seca que no daba fruto. Pero en nosotros está el dar fruto, en nosotros
está el compartir la fe, la esperanza y la caridad con el que tenemos al lado.
En nosotros está el realizar las obras de misericordia para con los demás.
¿Estamos dispuestos?
El lunes nos recuerda que no debemos esperar que la gente
nos aplauda por llevar el evangelio a los demás. Nos recuerda que seremos
juzgados por aquellos que nos conocen. Los demás pensarán “y éste que viene a
decirnos con lo que es su vida”. De ahí que el Señor nos diga “ningún profeta será bien mirado en su
tierra”. Si, seremos juzgados y criticados, pero esto no debe llevarnos a
dejar de ser profetas, testigos vivos de Dios en la tierra, en nuestro barrio,
en nuestros trabajos, en nuestras familias. Siempre debemos llevar con nosotros
la Palabra de Dios que ilumine, levante, anime, al necesitado, al perdido, al
desamparado.
El martes El Señor nos
recordará una de las cosas que más suele costar al ser humano, el perdón.
Muchos, como Pedro, nos solemos preguntar “¿Hasta cuándo tenemos que perdonar? Y
Jesús nos responde “siempre”. El
perdón no es algo opinable, debe ser algo que nos lleve a la paz verdadera. El
Señor nos recuerda que Él es paciente con nosotros, y que así lo debemos ser
nosotros con los demás. ¿Qué pasaría si Dios no nos perdonas? ¿Qué pasaría si
Dios no nos hubiese dejado el sacramento del perdón? Posiblemente nuestra vida
estaría llena de amargura, resentimiento y por tanto de infelicidad. ¿Es esto
lo que queremos? Seguro que no, por eso Dios, en su infinita misericordia, nos
da el perdón, nos espera para abrazarnos, nos espera para levantarnos, nos
espera para aliviarnos, nos espera para liberarnos. Ese es el gran amor de
Dios. Y en este amor, nos recuerda que lo vivamos nosotros “perdona nuestras
ofensas, como TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS a los que nos ofenden”. En mi vida,
la experiencia que tengo es que cuando perdonas te liberas de una sensación de
esclavitud y retomas la felicidad que Dios siempre te viene a dar.
El miércoles se nos dice que la Dios ha venido a dar
plenitud a la ley. Esa plenitud es Él mismo y su amor. Y nos dice que no
podemos pensar en saltarnos esa plenitud, pues de lo contrario obtendríamos lo
contrario a lo que Él nos quiere transmitir, vida, felicidad, amor y libertad.
El jueves nos avisa de la radicalidad del seguimiento a
Él. No hay término medio, “El que no está
conmigo, está contra mí”. Si, ser cristiano es apostarlo todo por el Señor.
No relajarnos, no vivir a medias. Pues una vida vivida a medias, no está bien
vivida. Él quiere que la vivamos plenamente y que seamos coherentes con nuestra
apuesta por él y por la vida de fe y de Iglesia.
El viernes nos explica el primer mensaje que como
cristianos debemos vivir “Escucha, el
Señor es nuestro Dios”, y esto nos llevará a vivir los mandamientos del
amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a uno mismo. Estos
tres amores, surgen de escuchar a Dios. Nuestra vida como cristianos es la
escucha atenta de Dios en nuestra vida. Y su Palabra nos llevará a vivir el
amor en las tres direcciones de nuestra vida; a Dios, como nuestro todo, al
nosotros mismos, como creatura perfecta de Dios, al prójimo, como nuestro
hermano y como semejante e imagen de Dios que es. En definitiva, se nos invita
a vivir la plenitud en el amor.
Por último, el sábado, se nos invita a que vivamos
nuestra relación con Dios desde la humildad. No desde el prestigio, la fama o
las apariencias. Nuestra relación con Dios, es un reconocernos pecadores,
reconocer que no somos mejores que nadie y que somos unos pobres necesitados
del amor y de la misericordia de Dios. Esto es lo que verdaderamente
justificará nuestra vida cristiana. Nuestra vida cristiana debe ser una
relación íntima y secreta con Dios, para después transmitir a los demás la
alegría y el amor que me da esta relación.
En esta tercera semana, reconozcámonos todos iguales ante
los ojos de Dios, reconozcámonos necesitados de Él, y trasmitamos a los demás
la alegría que nos da sabernos amados y salvados por Él.
FELIZ TERCERA SEMANA DE
CUARESMA
Maximiliano García
Folgueiras