lunes, 30 de marzo de 2015

El Camino de Santiago



EL CAMINO DE SANTIAGO: Una experiencia siempre nueva
            En este año he hecho una vez más el Camino de Santiago. Una experiencia que se repite, pero que siempre es nueva. He aquí una primera lección, buscar la novedad de las cosas. No vivir en la rutina del día a día. Saber que cada camino es nuevo y descubrir como cada día, a pesar de los cansancios, hay nuevas fuerzas para proseguir el camino. No podemos dejarnos llevar por la desidia o el cansancio. No importa si un día llegamos los primeros o los últimos, con tiempo de retraso, lo importante es llegar al final, llegar a la meta, sobreponiéndonos a las adversidades que aparezcan, como los cansancios, torceduras, ampollas, etc. ¿Cuáles son las adversidades que tenemos en la vida? Sean cuales sean, tengamos claro que cada día es nuevo, que cada día se nos da la oportunidad para volver a caminar, con el propósito de llegar al final, aunque en el mismo día vuelvan a aparecer las dificultades.
            Al final de cada etapa, impresiona ver cómo vuelve el ánimo, porque el pasarlo mal en la jornada, no significa que no hayamos podido avanzar hasta el final. Esto nos vuelve a animar, ilusionar y esperanzar porque cada día el final está más cerca. Esta es la actitud positiva con la que debemos afrontar la vida, sin dar lugar al desánimo, al desaliento, a la desesperanza.
            Cada mañana, un nuevo prepararse para la marcha. De nuevo botas, calcetines, cremas, etc. Nuevos miedos y temores por lo que nos podemos encontrar en el camino, con más ampollas y dolores de pies. Pero nada de esto puede con la ilusión de poder acabar una nueva etapa. Con la ilusión de poder caminar los primeros afrontando la jornada con ganas e ilusión. En la vida, cada día nos despierta esas ilusiones que pueden parecer acabadas o dormidas, pero que están ahí y hay que descubrirlas y sacarlas a flote, porque no nos podemos olvidar que no hay camino si no se camina, si no nos ponemos en marcha, si no comenzamos una nueva jornada llena de retos que afrontar.
            Cuando uno llega a Santiago, todos los cansancios, fatigas, ampollas, etc, pasan a un segundo plano. Ya no es eso a lo que dábamos tanta importancia durante el camino. Ya no importan. Hemos llegado a la meta y eso es lo que importa. Hemos sido capaces de llegar hasta el final. Esto nos da una última lección, no nos detengamos en el camino por las dificultades. Continuemos el camino de la vida, hasta llegar al final, donde se verá el sentido a cada sufrimiento, a cada ampolla, a cada rozadura y nos vendrá la paz y la alegría de saber que somos capaces de alcanzar la meta.
Maximiliano García Folgueiras


domingo, 29 de marzo de 2015

La moral cristiana

LA MORAL DEL CRISTIANO
            Es una visión generalizada lo de ver los principios morales como aquellas normas que rigen el comportamiento humano, demostrando si éste es bueno o malo. Evidentemente este modo de ver los principios morales, ya hacen pensar que es algo que va más allá de lo meramente material o jurídico, pues va dirigido a la conducta humana y no al mero hecho.
            Si hablamos de moral cristiana, es cuando se da un paso más, en la fe. La moral cristiana va encaminada al ejemplo que nos dio Jesucristo. La moral cristiana pone su mirada en Cristo y en el mandato que Él nos dejó: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,36). En este mandato vemos una norma que debe ser importante para creyentes y no creyentes. Pues vivir el amor es algo que ayuda al bien común de una sociedad. El amor es una necesidad de primer orden en la persona, de ahí que muchos modos de actuar sean motivados por la búsqueda de una aclamación, por la búsqueda de sentirse acompañado, arropado, etc. En el fondo, por la búsqueda, en cierto modo, de sentirse amado. Lo más importante, quizás, en este punto, es que también se nos implica a nosotros a amar. Amar en todo aquello cuanto hagamos. Algo que piensa hoy la generalidad de la gente, es que cuando haces algo, no puedes ir en contra de alguien, pues entonces nos convertiríamos en “malas personas”. Esto indica que hay un pensamiento generalizado, en pensar que en todo lo que hagamos se debe dar un amor hacía quien vaya dirigida la acción. Si es una acción espiritual, un amor a Dios; si es una acción social o caritativa, un amor hacía el otro; si es una acción propia, como trabajo o deporte, un amor hacía uno mismo. Y es aquí donde entonces la persona consciente o inconscientemente, está cumpliendo la norma moral que nos dio Jesucristo: “amar a Dios, al prójimo y a ti mismo”.
            La diferencia entre el cristiano y el no creyente, es que el primero se aferra a la vida de Cristo, quien “pasó haciendo el bien” nos dice el evangelio. Este mirar a Cristo es lo que nos separa, en palabras de San Pablo, de “aquellos que habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje” (Ef 4,17-21). Estos piensan, erróneamente, que la moral es un conjunto de normas que hay que cumplir porque la razón del hombre así lo ha dispuesto. Pero la moral no deja de ser el medio para vivir la plenitud que nos ha prometido Jesucristo. Es seguir a Cristo y procurar vivir cuanto él nos enseñó en su mensaje y en su obra de amor, misericordia y salvación. Estos tres puntos son, en el fondo, los que busca la moral. Esta es la esencia de la moral cristiana.
            La moral no es algo meramente razonable, pero tampoco una cuestión sólo de fe. La moral, desde la fe, fortalece e ilumina la razón. Vivir el seguimiento de Cristo, y por tanto, vivir la moral cristiana, es comprender, conocer y razonar, la verdad de lo que somos e intentar, desde lo que somos, vivir “haciendo el bien”. La base de toda la moral es ese “hacer el bien” que es un llamado a toda la humanidad. No es cuestión de creyentes o no. No es una cuestión de fe. Todos estamos llamados y queremos vivir en el bien, por lo tanto, la moral cristiana no es algo que no implique a los no cristianos.
La moral cristiana es algo universal, que pese al conocimiento o no de la persona, e independientemente de su fe, se intenta vivir. En el fondo, la moral cristiana recoge el anhelo de la sociedad, que no es otro sino vivir en plenitud y marca un camino: “pasar haciendo el bien a modo y semejanza de Cristo”. Así, alcanzar el amor, la misericordia y la salvación, que llenan todos los deseos y aspiraciones del ser humano.

Maximiliano García Folgueiras

sábado, 28 de marzo de 2015

luchar por lo que queremos


LUCHA POR AQUELLO QUE QUIERES
            Todos tenemos sueños en la vida. Todos, el que más y el que menos anhela algo y es aquello que más deseamos. Posiblemente, muchas de las cosas que hacemos van en torno a ese sueño y anhelo. Aunque a veces en ese intento, nos estamos equivocando.
            La primera pregunta que surge cuando hablamos de los sueños es si creemos o no en ellos. Evidentemente, cuando no creemos que sean posibles, lo que nos ocurre es que solemos frustrarnos y entristecernos. ¿Qué pasa entonces? Que no hacemos nada, que no luchamos, que no nos damos la oportunidad de conseguirlo y en el fondo nos terminamos amargando la vida. Cuando creemos en los sueños, surge lo contrario, luchamos, nos apasionamos y nos pasa la vida con ilusión y esperanza. Pero entonces surge otra pregunta ¿qué hacemos para conseguir esos sueños? A veces creemos que aquello que esperamos nos va a llegar sin más, que nos lo vamos a encontrar. Pero en realidad, esto es un engaño que el hombre se hace. En el fondo, es una manera de no luchar por ese anhelo o sueño.
Tenemos que luchar por aquello que queremos. Tenemos que poner de nuestra parte para cumplir ese sueño. Ese anhelo o deseo que tenemos, requiere de nosotros el esfuerzo y la dedicación. Es este esfuerzo y esta dedicación la que nos hará ver la vida como una oportunidad para disfrutar, para gozar y para encontrarnos con nosotros mismos, en lo que realmente somos, con nuestras virtudes, nuestras capacidades, nuestros defectos y nuestras limitaciones. Este encuentro con nuestro “yo” más real, nos capacitará para sacar lo mejor de nosotros mismos y así poder descubrir que tal y como somos podemos y estamos llamados a ser felices. Que al fin y al cabo, es el anhelo último de toda la humanidad.
En nuestra vida, siempre nos vamos a encontrar con una y otra dificultad. Es en nosotros donde está el poder poner soluciones a esos obstáculos. Para, de esta forma, colmar esos sueños o anhelos.
Es en nosotros donde está la respuesta a ¿quiero luchar por aquello que quiero? Y si nuestra respuesta es “sí”, surge otra pregunta ¿Cómo voy a actuar para conseguir ese fin?

Luchemos por aquello que queremos y no nos dejemos vencer por las contrariedades que nos puedan venir.

miércoles, 18 de marzo de 2015

La felicidad

LA FELICIDAD
A pesar de los defectos, de las ansiedades, de las irritaciones, de los problemas, nuestra vida es lo más importante que tenemos. Depende de nosotros el cuidar nuestra vida. No podemos pretender que sean otros los que la cuiden. Una de las mejores ideas para cuidarnos es darnos cuenta de las personas que, por las circunstancias que sean, nos necesitan, nos admiran y nos quieren. Algo fundamental es que nos fijemos en esas circunstancias y las potenciemos en nuestra vida, este es uno de los grandes medios para ser feliz.
La felicidad no es algo que nos exima de las tempestades, de los accidentes, de los cansancios, de las decepciones. En toda vida esto, lo más probable, es que se dé. No por ello significa que no se pueda ser feliz, pues estaríamos diciendo que en la vida no se podría ser feliz. Con lo cual, estaríamos afirmando que la vida es algo que el mismo ser humano no podría aguantar. Con esto, caeríamos en una enorme contradicción, pues estaríamos diciendo: “la vida es lo más importante que tenemos, pero el ser humano no lo puede aguantar”.
Es claro que la vida es lo más importante que tenemos, pues sin ella no habría nada. De ahí que hay que descubrir cómo la vida está llamada a ser feliz, a pesar de todas las vicisitudes que nos puedan venir. La felicidad siempre es posible, pero para ello hay una difícil tarea, que no imposible, la de encontrar fuerzas, esperanza, seguridad y amor en cada momento, aunque estos sean difíciles y duros.
La felicidad nos llama a aprender de cada momento. De todos los momentos buenos y plácidos, saber valorarlos, conmemorarlos y alegrarnos con ellos. Pero cuando los momentos están llenos de tristeza y de fracaso hay que saber reflexionar y aprender las lecciones. Sólo se esta manera iremos madurando como personas y creciendo en sabiduría sobre nuestra propia vida. Así llegaremos a poder responder la pregunta de ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿De qué soy capaz? ¿Hasta dónde puedo llegar? Y vivir en plenitud la vida. A esto nos invita Jesús de Nazaret cuando nos dice “he venido a que tengáis vida y vida en plenitud”. Para todos, es evidente, que esta llamada nos motiva, seamos creyentes o no. Pues entonces, ¿Por qué no hacemos lo posible para vivir así? ¿Por qué no ayudamos a los demás a vivir de esta manera? Seguramente todos seríamos mucho más felices en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis. La vida, como he repetido varias veces, es lo más importante que tenemos. Nada ni nadie puede hacer que menospreciemos su valor. Cualquier situación, por dura que ésta sea, no puede desmotivarnos de la posibilidad de seguir viviendo la vida. Vale la pena vivir, porque cada día se nos da una nueva posibilidad para descubrir la belleza de lo que nos rodea. Cada día se nos da la oportunidad de disfrutar con nuestro entorno físico y humano. Cada día se nos ofrece el poder afrontar cada momento y cada situación con la esperanza de que todo va a salir bien.
La felicidad es salir de nuestro yo. La felicidad es salir de nuestros victimismos. La felicidad es salir de nuestros pesimismos y afrontar la vida como un reto que se nos ofrece cada día para ser yo mismo en medio de los avatares de la vida y apostar por ser agradecido y no estar en la queja de cada cosa.
La felicidad es apostar por la valentía hacía el miedo, que nos paraliza y nos impide ser libres. Es tener valentía para saber aceptarme tal y como soy, con mis virtudes y con mis defectos y tener la seguridad de recibir una crítica o una corrección y saber acogerla. Saber que nos podemos equivocar y no por eso ya se termina todo. Saber que estamos necesitados de los demás. Saber que con nuestras solas fuerzas no lo podemos todo, pero esto no significa que ya anulemos nuestra valía. A pesar de nuestras limitaciones y equívocos, tenemos la capacidad para comenzar de nuevo, de la manera correcta, rectificando errores del pasado.
La felicidad también implica altruismo. Implica llevar amor, confianza, cercanía a las personas de nuestro alrededor.

Felicidad no es sinónimo de perfección, sino de saber aprovechar cada momento de nuestra vida y vivirlo con plenitud, aprovechando cada momento al máximo, no dejando que nada ni nadie se interponga a nuestra vida y a nuestro destino: LA FELICIDAD.