En muchos momentos y muchos lugares acudimos a la oración
pidiendo a Dios que cumpla nuestros deseos o intenciones. Al fin y al cabo
podríamos decir que nos parecemos a Santiago y a Juan en el evangelio cuando le
piden estar uno a la derecha y otro a la izquierda en su trono.
Pero si nos fijamos bien, esta actitud es buena. Los
apóstoles se acercan a Jesús y le piden, ¡quieren estar junto al Señor siempre!
¿cómo vamos a decir que esa actitud es mala? Pero una cosa es que no sea mala y
otra cosa es que sea la correcta. Muchos de nosotros podemos acudir a Dios de
esta manera, y sí, es buena pero no correcta. Esto es como decirle al Señor
“hágase tu voluntad, pero respeta la mía” ¿dónde dejamos entonces que Dios
actúe en nuestras vidas? En la cita evangélica, antes citada, el Señor responde
de una manera curiosa que debería hacernos plantear cuál es nuestra disposición
en la oración. El Señor ante la petición de los apóstoles responde “No me
corresponde a mí”, sin embargo, él hace una pregunta a los apóstoles y ante su
respuesta les dice “deberéis del cáliz que yo beberé y seréis bautizados en el
bautismo que yo recibiré”. El Señor responde ante su interés por nosotros,
dejando en el aire nuestros intereses y deseos.
Uno humanamente podría decir, “que interesado es Dios con
nosotros”, sin embargo, deberíamos escuchar aquello que dice una canción “ven,
descánsate, y deja que Dios sea Dios, tú sólo adórale".
Nuestra oración siempre debe ser acudir a Dios, para dejarle
que él haga su obra en nosotros. Nosotros debemos aprender a descansar en él,
en adoración. Es ahí donde el Señor actuará. En la oración, dejemos que Dios
sea Dios.
Maximiliano García Folgueiras
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