La
fe sin obras es vana, carece de sentido. Si, la conversión se tiene que mostrar
en las obras que hacemos, en los frutos que damos. Si tenemos un árbol frutal y
no da fruta, para qué se quiere. Hoy el Señor nos muestra que ese fruto puede
ser la sombra, en un momento dado hasta que de verdad de fruto de verdad.
El
Señor sale a nuestro paso, nos da nuevas oportunidades cada día para que demos
frutos de conversión. ¿estoy dispuesto a aceptar la oportunidad de hoy? ¿qué
voy a hacer para aprovechar la oportunidad? Sólo puedo aprovechar la
oportunidad si estoy atento a su paso por mi vida. Para ello, hay que apartarse
de las voces de hoy que gritan y claman “vive y haz lo que quieras que así
serás feliz". La felicidad no depende de hacer lo que nos place en cada
momento, sino de ser leal con el llamamiento de la fe. Vivir acorde con la fe
que hemos recibido. Vivir la fe, supone vivir de la acción de Dios en nuestra
vida. Dejar que sea el Espíritu Santo el que guíe nuestra vida. Sólo así, podremos ser capaces de dar fruto. Si no nos
dejamos guiar y hacer por el Espíritu Santo,
estaremos viviendo una fe superficial. Esa fe, que desgraciadamente tanto
se ve en nuestras parroquias, donde se crea discordia y división. El fruto de la conversión, no es otro sino el
amor. Ese amor que construye lazos de unión,
ese amor que hace reconocer al otro
como un hermano. Ese amor que hace caminar juntos hacia el Señor. Ese
amor que nos hace querer vivir de la misericordia y de la compasión, la verdad,
la justicia y la solidaridad.
Vivamos
la conversión del amor. Vivamos la conversión auténtica, aquella que nos hace dar frutos de salvación
y vida eterna.
Maximiliano García Folgueiras.