Hace algún
tiempo me tocó dirigir unas palabras antes de la bajada de la Virgen de los
Remedios desde su ermita hasta el pueblo de Colmenar. Esas palabras que dirigí
hoy vuelven a resonar con fuerza ante unas nuevas fiestas en honor a la Virgen.
En aquella
ocasión hablaba de cómo María, al igual que visitó a su prima Santa Isabel,
también visitaba al pueblo, como Madre y como esclava del Señor solícita a las
necesidades de sus hijos. Esto, como a todo hijo, le debería provocar una
inmensa alegría, la Madre viene a visitarnos, y no cualquier madre, sino
aquella que nos ha dado como hermano a Jesucristo, nuestro Señor y nuestro
Salvador.
Esta
vivencia de fe, debería empujar a todo hijo de Dios, a todo creyente, a
experimentar la gratitud por tanto que recibimos. Me consta que muchas veces si
somos conscientes de lo que recibimos, pero muchas más de lo que pedimos. Sí,
con fe acudimos a la Virgen a pedir, pero ¿Somos conscientes de como intercede
por nosotros? Aquí hay algo importante, que quizás por desconocimiento no
tengamos muchas veces en cuenta, pedimos a la Virgen, para que ella interceda
ante su Hijo por nosotros. Esta es la maravillosa misión de la Virgen,
llevarnos hacía su Hijo, que es quien salva. Esta gratuidad a veces me cuesta
reconocerla entre las personas. Se sigue hablando por costumbrismo ante el
evento de la visita de la Madre de nuestro Señor. Nos sigue costando
redescubrir la novedad en los actos litúrgicos que acompañan los festejos. Veo,
desconsolado, como se sigue viviendo de los típicos costumbrismos. Ayer mismo,
ante la acogida de la imagen de la Virgen en el pueblo, no faltaban voces que
criticaban que se había podido oír al sacerdote hablar, a modo de pregón de
acogida, pero que era vergonzoso que no se hubiese escuchado el himno, y que
cada vez se iba a peor. Me hago una pregunta, ¿lo más importante es el himno?
¿No es más importante acoger a tu madre? Nos gozamos de que es la “Acogida a la
Virgen” pero ponemos el énfasis de la celebración en el himno y … en ¡los
fuegos artificiales! Que da el ayuntamiento como comienzo oficial de las
fiestas. Realmente debemos cambiar nuestra actitud, debemos vivir desde la
novedad del evangelio, desde la novedad que se nos ofrece a cada momento, para
despertar nuestra fe y nuestra devoción y adormilar un poco nuestro
costumbrismo. Días antes, me contaban que, durante la novena, los fieles se
quejaban porque se habían acortado las oraciones o porque era muy corta, una
vez más, se ve el costumbrismo que nos corre por las venas. Una novena que nos
debe preparar para la acogida, pero que nos lleva a la queja de que se están
cambiando las cosas. ¿Esto es vivir con fe y devoción? Por último, ante esta
reflexión, me viene a la mente una expresión. Confieso que no sé de dónde
viene, que me tengo que informar mejor, pero que de primeras me causa cierto
nerviosismo. Es una expresión que, en este pueblo, ante los festejos en honor a
la Virgen se emplea: “ha comenzado la función”. ¿Qué función? ¿hay una obra de
teatro y no nos hemos enterado? ¿qué es lo que funciona o deja de funcionar? Insisto
que no conozco el origen de esta expresión, pero que me lleva a pensar que, si
vivimos las celebraciones en honor a nuestra madre la Virgen como una función,
estamos dejando de lado la fe y la devoción. Han dejado de ser celebraciones,
para ser actos de la función.
Siguiendo
con la reflexión, costumbrismo o devoción, en aquella ocasión, en aquellas
palabras que dirigí al pueblo hablaba de que la Virgen en aquella visitación
original a su prima, se quedó con ella todo el tiempo que necesitaba ser
atendida, y que todos nosotros, los creyentes, nos tenemos que dar cuenta de
que con nosotros también hace lo mismo, quedarse con nosotros, estar pendiente
de nosotros para interceder continuamente por nosotros ante su Hijo Jesucristo,
a quien nos lo ofrece como remedio a nuestras necesidades. Esta bendición es un
motivo de orgullo y de alegría que debemos compartir entre todos como hermanos.
Sin embargo, debido a que vivimos demasiado desde el costumbrismo, perdemos la
oportunidad de hermanarnos, de vivir como auténticos hijos de María, de poder
acercarnos a la imagen de nuestra madre, para tocarla, venerarla, honrarla. Sin
embargo, lo prohíben, sólo unos pocos tienen ese privilegio, porque está
considerado un honor especial. Pero… ¿Cómo decirle a una madre que no se
acerque a sus hijos? ¿Cómo decirle a un hijo que no se acerque a su madre, y
sólo la vea desde lejos? Unos aspectos, que, vividos desde el costumbrismo,
hacen que pierdan todo el sentido. Una oportunidad más que podemos perder, si
no despertamos nuestra verdadera fe y nuestra verdadera devoción. Vivir agarrados
a las tradiciones que separan de la fe no es vivir la fe. Vivir la fe, es vivir
de lo que la Iglesia nos enseña, los evangelios nos hablan y nosotros creemos.
Esto es vivir la auténtica fe. No perdamos más ocasiones y pregúntate ¿Quiero
vivir desde la fe o desde el costumbrismo?
Maximiliano García Folgueiras
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