Comienza el adviento, un
momento en el que la Iglesia nos invita a preparar nuestro corazón a ese
recuerdo tierno y maravilloso que hizo posible nuestra Salvación. Dios se fijó
en la obra maravillosa de su creación, vio cómo se estaba deteriorando y
decidió mostrarnos el camino a seguir de la mejor manera que podía hacerlo,
haciéndose uno de nosotros, igual en todo menos en el pecado. Esta
manifestación, esta Revelación de Dios es la que recordamos en los días de
Navidad, que nos recuerdan que, si Ya Dios se hizo presente entre nosotros una
vez, al final de los tiempos, volverá en Gloria y Majestad, para llevarnos con
él en la Salvación definitiva. Todo esto tan esperanzador para el creyente, es
lo que celebramos en este tiempo especial que se nos invita a vivir, el
adviento.
Una pregunta que nos
surge como personas es la de “cuándo será eso”. El ser humano, por naturaleza
suele ser impaciente, y lo quiere todo de la manera más inmediata. De esto
también se valen muchos de los productos que nos venden hoy, para hacer las
cosas más rápido y con más eficiencia. Pero los planes de Dios no son los del
hombre, la metodología de Dios no es la del hombre. Y la eficiencia de Dios es
mucho mayor que la del hombre. Dios nos asegura que “no sabemos el momento”,
nos mantiene como en esa tensión que tenemos cuando vemos una serie de
televisión y antes de que acabe queremos saber el final porque no soportamos la
tensión. Es una tensión que nos mantiene atentos a los sucesos que se van dando
y que nos dan pistas para el final. En el fondo esto es lo que hace Dios, nos
va dando pistas y pruebas de su amor, de su misericordia, de su presencia, pero
no nos dice cuándo llegará, pero lo que sabemos es que llegará. Y lo que nos
pide es que mantengamos esta tensión, esta vigilancia atenta mirando los
acontecimientos de nuestra vida y descubriendo en ellos las pruebas de Dios.
No saber el momento nos
lleva a tener que tomar decisiones. ¿Cómo queremos vivir esta espera? Podemos
pensar que esta espera será demasiado larga, entonces me puedo despistar en mis
cosas, en mis afanes, en mis intereses, y no estar atento de si llega o no el
momento, como las necias del evangelio. Por otro lado, podemos pensar que puede
llegar cuanto antes, por lo que vivimos con miedo a ese momento, nos paraliza y
nos impide ser libres y felices, esto queda preguntarnos, ¿Cuál es la espera
que quiere Dios de nosotros? ¿Qué vigilancia nos pide hacer? Pues una
vigilancia parecida a la de un guardia, que emplea todo lo necesario para
mantener seguro el cuartel. Así ha de ser nuestra vigilancia, emplear todo lo
que tenemos a nuestro alcance para mantener segura nuestra alma. ¿Qué podemos
emplear? Es lo que nos va a ir enseñando, semana tras semana, este tiempo de
adviento. Además de las ya sabidas como la oración y los sacramentos.
La vigilancia es lo
primero que se nos pide. La vigilancia como preparación para el regreso del
Señor. Vigilar contra todo aquello que nos tienta y nos hace caer en el mal. En
definitiva, vigilar todo aquello que de una u otra manera nos aleja de Dios.
Pongamos todos nuestros
empeños, en esta semana primera de adviento en vigilar. Para vigilar, primero
he de saber cuáles son los puntos más débiles que hay en mi vida, para ponerlo
una mayor vigilancia. Para esto, se me exige hacer un examen de conciencia, ver
cómo está mi vida ante Dios, reflexionar cómo estoy esperando la Salvación que
Dios me promete. Y después, ver todo aquello que podría estar haciéndolo mejor,
y poner todos mis anhelos, mis esperanzas y mis ilusiones en mejorar esos
aspectos. Manteniendo la vela de mi fe, la luz de mi alma encendida, para que
cuando llegue el Señor me encuentre en condiciones para pasar al Banquete
Eterno de la Salvación.
FELIZ PRIMERA SEMANA DE
ADVIENTO
Maximiliano García
Folgueiras