¿Ser uno mismo o ser quien los demás
quieren?
Pregunta que hoy se hace muy actual.
En muchos momentos, en muchos ambientes y en muchos lugares, da la sensación
que la persona se siente obligada a actuar con determinados comportamientos que
exigen en el entorno. Lo más preocupante es en aquellos lugares o aquellas
personas que también intentan manipular a los demás según su propio discurrir y
sus propios planteamientos.
Ante la pregunta inicial, lo que
está de fondo es la pregunta sobre la libertad del hombre. Ésta no radica en el
exterior, ni en el entorno, ni en el ambiente. Estos componentes,
evidentemente, son factores que afectan, como un añadido. Pero el verdadero
fundamento de la libertad está en el interior de uno mismo. En el tener las
propias convicciones, deseos, anhelos y proyectos y luchar por ellos. Uno de
los personajes que demuestran esto fue el cardenal Van Thuan, que aun estando
encarcelado, esa opresión no hizo que él desistiese en su empeño de vivir la Eucaristía. Nadie
fue capaz de quitarle su libertad, aunque ésta fuese entre rejas. Esto
demuestra que la libertad es algo del interior humano, es algo que compete al
modo de vivir las situaciones y no a las situaciones en sí. Quien es capaz de
descubrir esto, es capaz de poder comprender que a pesar de las dificultades, a
pesar de las situaciones, sean las que sean, uno puede ser feliz, pues la
felicidad radica en la libertad que me da el poder vivir cada momento en su
plenitud. Debido a la libertad se es capaz de poder ser agradecido en cada
momento, aunque éste sea difícil. Como nos dice el conferenciante Nick Vujicic,
hay que ser agradecido por lo que se tiene y no amargarse por lo que no se
tiene. Y esto sólo se puede realizar cuando uno se siente libre, esté en la
situación que esté. Emilio Duró, otro gran conferenciante, en un congreso de
mercado internacional en Galicia, afirma “No vendáis vuestra vida”. Creo que
esta es la clave del tema reflexionado. Uno no puede querer ser lo que otros
quieren. Uno debe aceptarse con sus virtudes y con sus defectos, y así ser
libre para mostrarse ante los demás como se es. Esta es la clave en la madurez
humana y el cumplimiento del mandamiento que nos dejo Jesucristo “Amar al
prójimo como a uno mismo”. No debemos olvidarnos nunca del “como a uno mismo”,
pues para que haya amor y crecimiento humano, empieza por aceptarse y amarse
uno como es.