LA
ORACIÓN DEL “YO” Y DEL “TU”
Hoy es domingo, día de celebrar nuestra fe junto con
nuestra comunidad, recordando el inmenso amor de Dios, que entregó a su propio
hijo para nuestra salvación. Pero en este día tan importante Dios nos pone
delante el interrogante por nuestra oración.
El evangelio de hoy comienza hablando de esas personas
que tienen tanta confianza en sí mismo que desprecian a los que son como él. Sin
embargo, según el evangelio, pueden ser personas con una aparente vida
espiritual activa. Puesto que el fariseo va al templo a orar. ¿Cómo es posible
que una persona que hace oración desprecie a los demás? Desgraciadamente muchos podríamos pensar que
eso sucede. Y de hecho nos damos cuenta del poco testimonio cristiano que esas
personas dan. Incluso podemos pensar que, si Dios habla y desea el bien y el
amor, ¿de dónde salen algunos desprecios? Quizá la respuesta a esto está en la
clave del evangelio de hoy. ¿cómo es la oración? El problema no está en hacer
oración, sino en cómo la hacemos. Para ello, nos tenemos que fijar en los dos
tipos de oración que el evangelio nos propone.
El fariseo hace una oración donde lo que predomina es
el “yo”. Habla de todo lo bueno que hace y de lo bien que lo hace. Su única
oración es engordar su ego, su soberbia y su orgullo. Éste cuando salió del
templo, ¿cómo salió? Seguramente igual que entro, o con una dosis especial de
orgullo y soberbia más en su interior. Pero cabe preguntarnos, ¿es esta la
oración que Dios quiere? Dios quiere que acudamos a él a escuchar su Palabra.
Que nos llenemos de él, como en otro lugar del evangelio María se puso a los
pies del Señor. Dios quiere que derramemos nuestros bienes en sus pies, como
aquella pecadora ante la visita de su Señor. Este fariseo lo único que hizo fue
justificarse ante Dios de sus acciones, pero no escuchó a Dios y no salió
justificado del templo. Aquél publicano hizo la oración del “tú “. Miró a Dios.
No se miraba a él mismo. Miraba a Dios y desde ahí reconocía su pecado, su
limitación, su pobreza. Pero pedía llenar todos sus vacíos de aquél que los
podía llenar. Y Dios que es justo y bondadoso, escuchó la plegaria del
publicano y por ello salió justificado.
¿Cómo queremos salir nosotros de nuestros templos? ¿Cómo
queremos vivir nuestra vida cristiana? Como cristianos estamos llamados a la
salvación que Dios nos promete. Por ello, debemos mirar hacía donde está
nuestra salvación, en Dios. Nuestros ojos se deben dirigir a él y reconocer
nuestra pequeñez para que él nos haga grandes. Reconocer a nuestro Dios como
aquél que llena nuestra vida y la da sentido. Hagamos hoy y siempre la “oración
del tú”.
Maximiliano García
Folgueiras